viernes, 8 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 17

Un largo y tenso silencio llenó la habitación. El bebé debía haberse dormido en brazos de Pedro, porque no hacía el menor ruido.


—Esa proposición es interesante —musitó él con voz sedosa—. Deja que lo piense, te contestaré por la mañana.


La satisfacción que delataba su voz la aterrorizó. Paula se pasó las siguientes tres horas despierta, atormentada tratando de adivinar cuál sería la respuesta de Pedro. Él y el niño, en cambio, se durmieron. La única solución sensata era que Pedro le pidiera que vivieran en la misma ciudad. De ese modo, podrían compartir la custodia del niño. Pero si él la obligaba a ello, entonces la fantástica historia sobre su novio se vendría abajo. Se vería forzada a inventarse un nuevo final para la historia de Fernando: que no había querido trasladarse de San Diego, y que por eso habían roto su compromiso. Imaginaba las burlas de Pedro si le contaba esa historia. «Pues ya van dos, Paula. ¿Cuántos compromisos más vas a romper antes de que los hombres se den cuenta nada más mirarte de que es mejor salir huyendo?». Para cuando Baltazar comenzó a hacer ruidos exigiendo su biberón, ya se había hecho a la idea de mudarse a Warwick y alquilar un departamento. El trabajo de Pedro los llevaría de una ciudad a otra, pero fuera lo que fuera lo que tuviera que hacer por su hijo, merecía la pena.  En cuanto a los padres de él, no tenían por qué saber nada de aquel niño. Gracias a Dios Long Island estaba demasiado lejos como para que el hecho de que la vieran por la ciudad supusiera una amenaza. Se levantó, encendió la luz y preparó el biberón de Baltazar. Cuando se dió la vuelta vió que Pedro estaba justo detrás de ella, con el bebé sobre un hombro.


—Quiero darle el biberón, enséñame.


Pedro estaba demasiado cerca. Podía sentir su calor corporal. La fragancia del jabón que usaba en la ducha, y que le resultaba tan familiar, emanaba de su cuerpo bronceado asaltando sus sentidos. Sus ojos entornados le recordaban la forma en que solía mirarla cuando despertaba su pasión. Atemorizada, Paula corrió a buscar la bolsa del bebé.


—Primero hay que cambiarle de pañal —contestó ella—. Túmbalo en la cama, sobre la colcha, para poder hacerlo bien.


Los siguientes minutos transcurrieron dándole lecciones sobre el bebé. Pedro escuchaba sus explicaciones con mucha atención, hasta el detalle. El profesor Alfonso siempre había sido un perfeccionista, y por supuesto iba a seguir siéndolo con su bebé. Paula vió de reojo el brillo de su mirada. Revelaba un orgullo inmenso en aquel niño que, a su modo, era perfecto. Cuando Pedro logró al fin ponerle la camisita limpia y el pijama, ella le sugirió que se sentara en la cama sosteniendo a Baltazar con el brazo izquierdo.  A juicio del propio bebé, que gemía por su comida, Pedro había tardado demasiado en vestirlo. Paula apartó la vista de él y colocó sobre su hombro una nana limpia con cuidado de no tocarlo. Temía no poder parar. Luego le pasó el biberón. 

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