lunes, 4 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 7

 Aquel era uno de esos casos de emergencia, solo que ni siquiera era medianoche. Maldita fuera Paula por aparecer de improviso contándole aquella ridícula e inverosímil historia justo cuando el nuevo proyecto comenzaba a suponer para él un motivo para levantarse por las mañanas. Pedro arrojó el vaso vacío al otro extremo del remolque. Este golpeó la pared y fue a caer sobre el microscopio, cuyas lentes se desprendieron y rompieron. El hecho de destrozar un caro instrumento de trabajo, sin embargo, ni lo inmutó. Aún podía ver los labios de Paula formando las palabras, esos exquisitos labios rojos a los que había devorado en sueños una y otra vez sin poder evitarlo. «Tenemos un hijo que nació el día diecinueve de agosto. Ahora tiene seis semanas, y fue bautizado con el nombre de Baltazar Chaves Alfonso». ¿Sería cierto que tenía un hijo, un niño de su propia carne? Pedro sacudió la cabeza morena. ¡Dios! ¿Sería posible que ella le estuviera diciendo la verdad? «Tienes derecho a saber que eres padre, sobre todo porque dentro de dos meses voy a casarme con otro hombre, que será quien críe a tu hijo». Se puso en pie rabioso y dió una patada a unas revistas de geología. ¿Acaso ella había creído que era un completo estúpido?, ¿Era eso lo que pensaba? Sin duda se había quedado embarazada de su último novio, aquel por el que lo había abandonado a él al marcharse a Kentucky a dar un seminario y, tras nacer el niño, el muy bastardo del padre no quería saber nada. Probablemente la habría amenazado con retirarle su apoyo financiero, y por eso ella había decidido encasquetárselo a él, esperando que de ese modo él aportara fondos. ¡Ni loco! Pedro tomó la botella y sorteó obstáculos por el abarrotado remolquem hasta llegar al dormitorio, pero le fue imposible escapar de ella, su recuerdo le reverberaba en la cabeza. «Yo estoy hospedada en el Bluebird Inn de Warwick, y permaneceré allí hasta las once de la mañana de mañana, así que ya sabes dónde estoy si quieres ver a tu hijo». La amargura de él había llegado a su punto culminante. Se llevó la botella a los labios y murmuró entre dientes: 



—Puedes esperar hasta que el infierno se congele, cariño.


Antes de que acabara la botella ya se había desmayado. Sumirse en el olvido significaba no tener que despertar jamás. Por desgracia, el corto respiro de Pedro duró solo lo que el teléfono tardó en sonar. Desorientado en el oscuro remolque, se pasó una mano por la barbilla y trató de sentarse. De pronto, vió la habitación. Se sentía endiabladamente mal, pero el teléfono seguía zumbándole en los oídos. Trató de abrir los ojos para mirar el reloj. ¿Las ocho menos cuarto? Mareado, volvió a reposar la cabeza sobre la almohada. Eso significaba que llevaba diez horas fuera de combate. Pero ¿Qué podía esperar, tras beberse una botella de whisky escocés con el estómago vacío? El teléfono móvil estaba en la otra habitación. ¿Quién diablos podía dejarlo sonar veinte veces seguidas? Paula. Seguro. Debía estar desesperada, necesitaba dinero. Lástima que no se hubiera dado cuenta de quién era él antes de traicionarlo con otro hombre. Se habían acostado juntos solo una vez, la noche antes de que él partiera apresuradamente para Kentucky para impartir aquel seminario. Al enterarse de que ella era virgen, Pedro había retrasado el momento de acostarse juntos hasta después de la boda, había querido hacerlo así desde el principio. Sin embargo, a la hora de partir para aquel último viaje, algo, quizá lo repentino del mismo, había hecho a Paula vacilar, sentirse insegura. Aquella noche ella le había rogado que le hiciera el amor asegurándole que su ginecólogo le había dado la píldora en su visita prematrimonial, y a él no se le había ocurrido dudar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario