viernes, 15 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 31

 —Ah… oigo a Baltazar.


—Yo iré a por él. 


La siguiente media hora fue una delicia. Pedro sumergió al niño en la bañera y lo bañó siguiendo las instrucciones de Paula. La pequeñísima mandíbula de Baltazar tembló al sentir cómo su padre le lavaba el pelo con jabón de glicerina. Después se puso tan nervioso que no dejó de mover los brazos y las piernas. Su sonrisa de querubín hubiera podido derretir cualquier corazón. Baltazar se había convertido en la luz que alumbraba la vida de su padre.  Pedro reía y reía. Paula estaba absolutamente feliz. Para cuando sacó al niño y lo envolvió en una toalla, tenía el polo calado. Sin embargo, ni siquiera se había dado cuenta, solo era consciente de la felicidad que le procuraba el cuidar de su hijo. La observó limpiarle el oído con un bastoncillo de algodón y la imitó limpiándole el otro. Paula preparó el biberón mientras él le echaba polvos de talco y le ponía el pañal. Enseguida Pedro estuvo vestido con un traje blanco que contrastaba con su pelo negro. Aquello le dió una idea. Paula comenzó a buscar su bolsa de viaje por entre las cajas.


—¿Qué estás haciendo?


—Estoy buscando mi Polaroid, aún me quedan fotos por hacer. Tus amigos quieren fotos de Baltazar, y será mejor que lo vean mientras lo sujeta su orgulloso papá.


El hecho de que Pedro no respondiera significaba que la idea le gustaba. Paula gastó el resto de la película tomando fotos de padre e hijo desde distintos ángulos. Las protegería con su vida. Sin embargo, de momento, tuvo que conformarse con dejarlas sobre el sofá, al lado de él.


—Pedro… —él levantó la vista de una foto que estaba examinando— … ¿Te parece bien que me duche ahora?


Los ojos velados de él la recorrieron haciéndola sonrojarse.


—Por supuesto, probablemente sea lo mejor. El tanque de agua del remolque no es demasiado grande, y a mí me gusta ducharme por la noche, antes de acostarme. Mientras no nos duchemos al mismo tiempo no habrá problema, siempre habrá agua caliente para los tres.


«Los tres», divinas palabras.


Una hora más tarde, Paula entró en el salón con unos vaqueros y otro jersey, y el cabello recién lavado recogido en un moño con un lazo. El remolque estaba vacío, Pedro la había dejado sola. El biberón de Baltazar estaba sobre la encimera de la cocina. Se lo había bebido todo, hasta la última gota. La caja en la que venía el cochecito del bebé estaba también vacía, en el suelo. Era uno de esos que llevan capazo y sillita. Sobre la mesa, el contenido de la bolsa de las cosas del bebé, donde llevaba su abrigo de cremallera. Era evidente que Pedro estaba tan locamente enamorado de Baltazar que quería enseñárselo a todo el mundo. Lo demás podía esperar. 

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