lunes, 25 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 52

Pedro hizo caso omiso de las indirectas de la atractiva rubia de la barra y se sentó en una mesa de un rincón del bar. Había evitado los bares durante toda su vida, los encontraba deprimentes. Eran como un refugio, el último medio de escapar. Y no había entrado en el bar del hotel para beber. Cuando el camarero se le acercó, le pidió un ginger ale y el teléfono. En Utah eran las once y media. Con un poco de suerte Ezequiel no se habría ido aún a dormir. Y, aunque se hubiera ido, necesitaba hablar. Al sonar el timbre del teléfono por décima vez, su amigo contestó.


—¡Pedro! Nunca llamas a estas horas a menos que se trate de algo personal. ¿Qué te ronda por la cabeza?


—La semana que viene me voy a Laramie con el remolque.


—Eso ya me lo has dicho. ¿Qué tal tu retoño?


—Baltazar es lo único que tiene sentido de todo este endiablado embrollo. No tenía ni idea de qué significaba amar a un hijo hasta que no lo tuve en mis brazos —contestó Pedro con voz trémula.


—Eres un tipo con suerte, estoy deseando conocerlo. Llámame en cuanto llegues a Wyoming, iré para allá. Y ahora hablemos de Paula. ¿Qué ocurre, compañero?


—Demonios, Eze, eso quisiera yo saber. Justo cuando creo que empiezo a conocerla, hace algo que me destroza por completo otra vez.


—¿Sabes una cosa? Probablemente no sea yo la persona más indicada para hablar de esto. No he llegado a casarme en ninguna de las dos ocasiones en que he estado comprometido, y al final siempre me he sentido aliviado de verme libre.


—Bueno, pero está claro que ninguna de las dos era la mujer que necesitabas, al menos tuviste las agallas de abandonar antes de arruinar sus vidas. Ojalá pudiera hacer yo lo mismo que tú —le confió Pedro—. Me gustaría mandarla al infierno y marcharme sin mirar atrás.


—¿Sigue respondiendo apasionadamente a tus acercamientos?


—Sí —contestó Pedro recordando la escena del dormitorio, en el remolque. 


—¿Y sigue planeando casarse con ese tipo el mes que viene? —volvió a preguntar Ezequiel.


—Eso es lo malo, pero no creo que sepa qué es el amor. Cuanto más la observo, más me convenzo de que no es una persona madura emocionalmente hablando, no puede entablar una relación permanente. Ya sé que eso es precisamente lo que ella me decía, pero yo no quería creerlo.


—¿Es buena madre con su hijo?


—Sí, es increíble, por eso es por lo que no entiendo esa otra faceta de ella.


—¿Y estás seguro de que va a casarse?


—Lleva un anillo, y acabo de oírla hablando por teléfono. Le dijo a ese tipo que lo amaba.


Pedro siempre había creído que jamás soportaría un dolor más fuerte, pero se equivocaba.


—¿Y has visto muchos indicios de preparativos de boda? ¿Hace listas y todas esas miles de cosas que hacen las novias cuando se preparan para el gran día?


—No —contestó Pedor parpadeando—. Al menos no delante de mí.


—Pues te aseguro que es imposible no notar ese tipo de cosas.


—Bueno, pero ella tiene a un hijo. Probablemente hayan decidido casarse sin toda esa parafernalia.


—¿Crees que vas a poder seguir soportándolo?


—No lo sé, ya te he contado el trato que hemos hecho. Por el momento ella ha cumplido su palabra al pie de la letra. Le dije que si su novio ponía un pie en el remolque, el trato quedaría anulado, pero él no se ha acercado, y eso significa que tendré que hacer honor a mi palabra. De todos modos, si vamos a compartir la custodia de Nicky, uno de los dos tendrá que mudarse para poder hacer las visitas con regularidad.


Hubo una larga pausa. Luego Pedro continuó:


—Dudo que el novio de Paula quiera hacer ese sacrificio, así que no voy a tener más alternativa que mudarme a California.


—Pedro…


—¿Sí? 

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