lunes, 11 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 21

Durante el tiempo en que estuvieron juntos, Paula había llegado a creer que ella lo era todo para él. Le dolía descubrir cuánto había cambiado Pedro desde su ruptura. Vivir con él iba a ser como tratar de sobrevivir en un campo de minas. Cada vez que diera un paso, algo le estallaría en la cara recordándole el tiempo que habían estado separados. ¿Dónde viviría esa tal Dominique? ¿En otro de los remolques, en la excavación? ¿Se trataba de una profesora? Suspiró molesta solo de pensarlo. Ninguna mujer que viviera cerca de Pedro podía soportar ser solo su «amiga». Pedro jamás le había dado motivos para estar celosa, pero ella sentía que aquel viejo monstruo verde la devoraba en su interior. Sin embargo, si seguía haciendo preguntas sobre aquella mujer, él acabaría por darse cuenta. Una mujer felizmente comprometida debía mostrarse tan contenta y enamorada que, supuestamente, no debía tener ojos para nadie más. Si mostraba curiosidad, él sospecharía. Podía incluso descubrir que no tenía ningún novio, y eso no podía permitirlo. Tendría que mantener la boca cerrada. Sin embargo, desde ese mismo instante, Odiaba a esa mujer que había conseguido hacerse un hueco en el corazón de Pedro. Odiaba su precioso nombre. Evidentemente era francesa. Seguramente sería encantadora, exótica. Una mujer que podía atraer a Pedro de miles de modos distintos que para Paula resultaban inalcanzables. ¿Se habría acostado con ella? Aquella era una pregunta que no podía plantearle a Pedro, pero el hecho de no conocer la respuesta la destrozaba. ¿Cómo diablos iba a vivir treinta días con él cuando, en solo nueve horas, su corazón estaba ya hecho un lío? El camarero entró con el carrito del desayuno, y Pedro le dió una propina antes de salir.


—No sé tú, pero yo me muero de hambre. ¿Desayunamos?


Pedro preparó una mesa redonda junto a la pared para desayunar. Había waffles y salchichas, su desayuno favorito. Tenía una memoria infalible. Para él había pedido huevos revueltos, tostadas francesas, beicon, zumo de naranja y café. Aquel desayuno fue toda una fiesta. Él se lo comió todo de buena gana. Paula comprendió enseguida que también ella tenía hambre. Después de una noche sin dormir, necesitaba energía para dar el paso de gigante que requería aquel momento de su vida. 


—¿Por qué no preparas a Balta mientras yo bajo las maletas a tu coche de alquiler y voy a Recepción? Tiene sillita de bebé, ¿Verdad?


—Sí.


—Entonces utilizaremos tu coche para ir de compras por la ciudad antes de devolverlo a la agencia. ¿Dónde están las llaves?


—En mi bolso —contestó Paula dejando el tenedor para ir a buscarlo.


Cuando Pedro se hacía cargo de las cosas todo ocurría tan aprisa que Paula ni siquiera comprendía lo que estaba sucediendo. Pasar de ser soltero a ser padre era una transformación demasiado importante como para hacerla en unos pocos minutos, solo alguien como Pedro era capaz de hacerlo. Había establecido un estrecho lazo con Baltazar en cuestión de minutos. Una simple mirada a un bebé que era clavado a él y el milagro estaba hecho. Pero para ella no era todo tan sencillo. Pedro era una persona excepcional. Su problema, en ese momento, era que se suponía que estaba comprometida con otro hombre. Tenía que esforzarse para no pensar en Pedro más que como el padre de su hijo. Por supuesto, la tarea era imposible. Cada vez que lo veía, por no mencionar las veces en que miraba su musculoso cuerpo o sentía su dinámica presencia, Paula sentía que las piernas le fallaban, que las palmas de las manos le sudaban y que la invadía el deseo.


—¿Quiere ir de paseo mi niño? —preguntó Pedro sacando a Baltazar de la cuna, en donde ella acababa de dejarlo vestidito con un traje azul.


Baltazar era un niño fácil, pero aún así era de admirar la sencillez con que había aceptado a Pedro que, doce horas antes, no era más que un extraño. 

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