lunes, 11 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 25

 —¿Cuánto crees tú que ve exactamente? —preguntó Pedro observando a su hijo.


—Sinceramente, no lo sé, pero responde a los estímulos de los colores. El móvil es perfecto.


—Balta responde a todo lo que se relaciona contigo —contestó Pedro. Si aquello era un reproche, había dado en el clavo—. ¿Cuánto tiempo ha pasado con tu novio?


Paula cerró los ojos con fuerza. La mentira crecía y crecía, tenía miles de ramificaciones.


—Apenas se han visto, porque el médico me aconsejó que lo alejara lo más posible de la gente hasta que tuviera, al menos, seis semanas de vida, y pasara el primer control médico. Las pocas veces que he salido con Fernando se ha quedado con mamá y papá. No he querido dejarlo con nadie más.


Pedro no dijo nada, pero aquella respuesta pareció satisfacerlo y calmarlo en parte.


—Tengo que ir a la excavación a controlar el trabajo de un montón de estudiantes, pero volveré dentro de una hora. Si quieres, puedes aprovechar para echarte una siesta. Cuando vuelva, comeremos y arreglaremos el resto del remolque.


Pedro se dirigió hacia el cuarto de estar sin esperar respuesta. Paula lo observó recoger el teléfono móvil y desaparecer. Respiró hondo y miró a su alrededor. Aquello era un completo caos, pero no le importaba. Él volvería, eso era lo único importante. La sugerencia de que se echara ella también una siesta resultaba tentadora. Desde su llegada a Warwick habían ocurrido muchas cosas: sentía como si hubiera vivido varias vidas. Estaba física y emocionalmente agotada. Se encaminó hacia el dormitorio, dispuesta a seguir el consejo de Pedro, cuando llamaron a la puerta. Antes de que pudiera averiguar de quién se trataba alguien abrió desde fuera.


—¿Profesor Alfonso? —lo llamó una voz femenina.


Sorprendida ante la intromisión de alguien a quien no se le había dado permiso para entrar, Paula abrió la puerta otro poco más para ver de cerca a su interlocutora sin recordar que ella había hecho lo mismo el día anterior. Era una atractiva rubia. La joven se la quedó mirando con sus helados ojos azules sin ninguna discreción. Debía de tener, poco más o menos, la misma edad de Paula: veintitrés años.


—El profesor Alfonso se ha ido a la excavación, ¿Puedo ayudarla?


—¿Quién eres tú?


«¿Cuánto tiempo había durado esa relación?», se preguntó Paula que, haciendo caso omiso de la pregunta, contestó:


—Sus horas de consulta son de cuatro a cinco, por si quieres pedirle una cita.


—No, gracias, se trata de algo personal.


Paula decidió asumir un riesgo perfectamente calculado y replicó:


—¿Te ha pedido que vengas y que lo esperes dentro?


—No, pero aquí todos somos como amigos —contestó la rubia sonrojándose—. Si vivieras aquí lo sabrías.


Paula estuvo a punto de preguntarle si el profesor Alfonso entraba en su remolque sin pedir permiso, pero se refrenó. No sabía qué quería Pedro que pensaran sus compañeros y alumnos sobre su relación con ella, y no quería decir nada sin hablar primero con él. Hubiera deseado poder decirle cuatro cosas a aquella chica, pero se reprimió. Aunque no del todo.


—Entonces, si vives por aquí, lo encontrarás.


—Claro.


Paula, no quería parecer descortés, así que esperó a que la rubia se marchara antes de cerrar la puerta. Le hubiera encantado cerrarla de golpe, pero no quería despertar a Baltazar. Necesitaba que continuara durmiendo para poder dormir ella. En la cama de Pedro. 

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