lunes, 18 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 40

 —¿La visión de qué? —preguntó Paula que, tras preguntarse continuamente por Pedro durante todos aquellos meses, recibía aquella información como agua de mayo.


—Supongo que, teniendo en cuenta que quizá compartamos la custodia de Balta, tienes derecho a saber que esos chicos y yo estamos construyendo un tren de alta velocidad que unirá Warwick con San Francisco.


—Un tren de alta velocidad… que levitará por la fuerza del magnetismo —murmuró Paula—. Recuerdo haber oído hablar de ello en las clases de física. ¡Es fantástico!


—Lo será, cuando esté terminado.


—¡Nuestro país necesita ese transporte! ¡Con urgencia! —gritó ella con entusiasmo—. Así la gente podrá ver el paisaje mientras viaja, pero no tendrá que preocuparse de conducir ni de accidentes —Paula tuvo la sensación de que Pedro estaba a punto de decir algo, pero luego debió pensarlo mejor—. ¿Y qué velocidad alcanzará?


—El prototipo en el que está trabajando Ezequiel va a alcanzar los seiscientos cincuenta kilómetros por hora.


—¡Es increíble! —sacudió la cabeza Paula—. Es el proyecto más importante en el que has trabajado jamás.


—Exacto.


Aquella escueta respuesta no logró engañar a Paula ni por un momento. Para él un proyecto como aquel lo era todo. Dios le había respondido, al menos, en una de sus plegarias. Había rezado muchas veces pidiéndole a Dios que Pedro pudiera continuar con su vida. Y, en cuanto a Baltazar, sabía a ciencia cierta que le había causado a su padre la mayor alegría de su vida. Ella trató de controlar sus emociones y se levantó para echarle un vistazo al niño. Era un ángel, estaba tumbado escuchando. Se le había caído el chupete, pero no parecía importarle. Se arrodilló a su lado y se lo metió en la boca.


—¿Y… y cómo va el tema de los derechos sobre las tierras? — preguntó tartamudeando.


—Dom está trabajando en los territorios de Utah y Nevada.


—¿Y qué significan los colores del mapa, junto a la línea? 


—Representan los distintos tipos de tierra sobre los que tendremos que construir las vías.


—Comprendo —contestó Paula, para quien todo comenzaba a cobrar sentido—. ¿Y qué hay del foso de ahí fuera?


—Comenzamos a cavar hace un mes, pero de pronto tuvimos que dejarlo porque la aplanadora descubrió huesos.


Paula se puso en pie y continuó observando a Baltazar.


—¿Cuantos años estimas que tienen los huesos de ese foso?


—Quizá sean del año 400 A.C., están esparcidos por todo el estado de Nueva York.


Paula gritó sorprendida, y aquello asustó a Baltazar.


—Lo siento, cariño —se lamentó Paula inclinándose para tomar al bebé en brazos y acunarlo—. Damián me dijo que el profesor Fawson no había desenterrado más que una pequeña parte.


De pronto Pedro se puso en pie.


—¿Quieres decir que Atwood te habló de algo interesante aparte de tratar de llevarte a la cama? 


Hubiera podido creer que aquel encuentro con el estudiante había suscitado los celos de Pedro, pero no podía ser. Era imposible, teniendo en cuenta cuánto la odiaba por lo que le había hecho. Ni siquiera sabía si algún día la perdonaría. Él enrolló el mapa, y eso señaló el fin de la discusión. Tendría que conformarse con aquella escueta información, hasta que se trasladara a San Diego con Baltazar, en el plazo de tres semanas. Paula esperaba con ansiedad ese momento, porque no había roto su parte del trato ni tenía intención de hacerlo.


—Damián está enamorado de sí mismo, no es tan distinto de otros chicos de su edad.


El nervio de la mandíbula de Pedro, que Paula había observado temblar en otras ocasiones, cuando estaba tenso, era perfectamente visible en ese momento. Sus ojos verdes la miraron penetrantes, brillantes y llenos de reproches.


—Tiene la misma edad que Fernando.


Paula sintió que se le secaba la boca. Tenía que pensar en algo, y deprisa.

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