lunes, 25 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 53

 —Deberías tratar de ver a Fernando antes de seguir haciendo más suposiciones.


—¿Por qué? No creo que sirva de nada. Ese tipo tendría que utilizar todos sus contactos para mudarse. Marcharse a vivir a un lugar en el que no se conoce a nadie es un desastre económicamente hablando.


—Eh, Pedro, no me has entendido.


—¿Qué quieres decir? —preguntó Pedro parpadeando.


—Quiero decir que hables con él cara a cara, que trates de averiguar hasta qué punto está dispuesto a casarse con Paula sabiendo que tú vas a merodear a su alrededor toda la vida. Eso lo asustará, le hará huir si no es una persona lo suficientemente madura. Y, si es así, le ahorrarás a ella la desgracia de un matrimonio roto. Es lo mejor para Baltazar.


Pedro comprendió al fin y se puso en marcha. Se levantó del asiento y dejó dinero sobre la mesa.


—¿Sabes una cosa, Eze? A pesar de no ser la persona más indicada, acabas de darme un buen consejo. El mejor que me han dado desde que Paula apareció en el remolque. En cuanto esté instalado en Laramie llamaré a ese tipo y volaré a San Diego para hablar con él.


—Estupendo, eso no va a hacerle daño a nadie —continuó Ezequiel.


—Tienes razón, y gracias por contestar al teléfono.


—Encantado, Pedro. Nos vemos la semana que viene.


Pedro colgó, hizo un gesto hacia el camarero y abandonó el bar para dirigirse a la habitación. Se había acostumbrado a ir a ver al niño todas las noches antes de acostarse. Baltazar dormía tan plácidamente que se angustió pensando que quizá estuviera inconsciente, pero al poner la mano sobre su rostro sintió el calor de su aliento y comprendió que estaba vivo. Era increíble pensar que una semana antes no sabía nada de su existencia. Había establecido un lazo tan fuerte con él como, en otro sentido, lo había establecido con su madre. Le hubiera gustado acercarse a Paula y comprobar que ella también estaba viva, pero sabía que si lo hacía acabaría por acariciara. Y entonces habría tenido que unirse a ella. Sabía en su fuero interno que ella le habría dado la bienvenida. Pero Paula no estaba enamorada de él. Y, más que nunca en ese momento, con un hijo, él se rebelaba contra la idea de estar con ella, de seguir con ella paso a paso el viejo ritualde los hombres a menos que significara para ella lo mismo que para él. Pero, como no era ese el caso, estaba decidido a evitar la tentación. De otro modo corría el peligro de perder su alma. Aterrado ante la idea, se preparó para irse a la cama sin mirar siquiera el bulto femenino que dormía a escasos metros. Cuando, por fin, se deslizó entre las sábanas, se volvió hacia la pared y se durmió tratando de ahogar el dolor.


El domingo por la mañana, de camino a la excavación, Pedro habló con Paula sobre su viaje a Wyoming, previsto para el día siguiente. Aquel viaje les llevaría tres o cuatro días, por eso lo mejor era quedarse en moteles y comer en restaurantes por el camino. Paula estuvo de acuerdo. Tendrían que parar para estirar las piernas. Por la noche podrían estar con Baltazar, que se vería relegado a su sillita durante todo el trayecto. Nada más llegar al remolque, Paula le cambió el pañal a Baltazar y se puso a fregar la nevera. Había decidido tirar toda la comida. Iría al supermercado al llegar a Laramie, y entonces lo llenaría. Pedro encontró una nota del profesor Fawson pegada a la puerta. Le pedía que se reuniera con él por última vez, a la hora de la comida, en su remolque. Se duchó y le dijo a Paula que se marchaba, que no sabía cuándo volvería. 


La hostilidad de Pedro hacia ella parecía más aguda desde que habían vuelto de la ciudad, así que Paula, temerosa de estropearlo todo aún más, sacudió la cabeza y continuó con la tarea. Después de media hora de ausencia, comenzó a pensar que quizá la reunión de él se prolongara durante buena parte del día. En tal caso lo mejor era comenzar a empaquetar las cosas de Baltazar que no fueran a necesitar hasta llegar a su destino. 

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