viernes, 8 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 19

Paula no volvió a pegar ojo en toda la noche. Vivir con Pedro durante un mes en la estrecha proximidad del remolque era lo último que esperaba que le exigiera. En realidad le había pedido algo imposible. Incapaz de calmar los acelerados latidos de su corazón desde el instante en que se había colado en su remolque, se temía que la experiencia de vivir con él bajo el mismo techo acabaría con ella antes de que se terminaran los treinta días. Hubiera necesitado ser de piedra para soportar la tortura de estar a su lado día y noche, compartiéndolo todo excepto la cama. Si antes de su ruptura creía que lo amaba, aquello no era nada comparado con lo que sentía hacia él mientras lo observaba cuidar a Baltazar y darle el biberón de las seis de la mañana. Quizá no hubiera nada en este mundo tan bello como observar a un fuerte y poderoso padre dando amorosamente de comer a su hijo. Y con Pedro no se trataba de teatro. Su deleite personal en el niño era completamente auténtico. De no haberlo creído así, jamás habría estado dispuesta a acceder a aquel trato. Pedro le había explicado sus condiciones, era el turno de ella de tomar una decisión. Pero antes de darle su respuesta, tenía que informar a sus padres. 


Mientras padre e hijo estaban ocupados, Paula salió de la cama, recogió ropa limpia y se dirigió al baño con el teléfono móvil de Pedro. Tras cerrar la puerta, abrió el grifo a tope y llamó a casa. Sus padres adoraban a Pedro, se habían quedado horrorizados al conocer la razón por la que ella había roto con él. No aprobaban el hecho de que le hubiera mentido al exponerle la razón por la que lo hacía, pero sí lo comprendían. Cuando les informó de que estaba esperando un hijo, ellos insistieron en que se quedara en su casa hasta después del nacimiento. Sin su amor y su apoyo, no hubiera sabido cómo arreglárselas. Ellos siempre habían mantenido que Pedro tenía derecho a saber que era padre, así que la habían apoyado en su decisión de viajar a Nueva York. 


Sin embargo, al conocer las condiciones del trato, sus padres recibieron un shock igual que ella. Cuando Paula les recordó que su familia tenía mucho dinero y podía llevarse a Baltazar para siempre, su silencio fue lo suficientemente elocuente. Sus padres adoraban a su nieto. Perderlo era algo impensable. Nadie sabía mejor que ella que sus padres tenían una renta fija y jamás podrían costear una batalla legal. Tampoco ella podía, apenas había ahorrado dinero pasando a máquina textos para los estudiantes. Lo único que sus padres podían hacer era recordarle que Baltazar siempre tendría un hogar cuando pasaran esos treinta días. Paula se lo agradeció llena de lágrimas, colgó y se metió en la ducha. Para cuando salió del baño con sus vaqueros y su camisa limpia Pedro había vuelto a acostar a Baltazar en la cuna y la esperaba tendido sobre la cama como una peligrosa pantera en espera de su presa. Se abrazó a sí misma tratando de prepararse para escuchar el inevitable comentario sarcástico que saldría de labios de Pedro. Efectivamente, no tardó en llegar.


—Pues sí que has estado hablando un rato largo con Fernando. Supongo que le habrás dicho que como se le ocurra poner un pie en el remolque, el trato quedará anulado. 

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