miércoles, 6 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 12

El vaquero y el suéter azul de algodón que había escogido para ese día ya no le parecían adecuados, pero era demasiado tarde para cambiarse. Paula escuchó unos golpes en la puerta que le resultaron familiares. Pedro no llamaba como los demás. El corazón le dió un vuelco. Algunas cosas no cambiaban jamás. Ella se apresuró a salir del baño para abrir, pero tenía tanto miedo y estaba tan nerviosa que tuvo que detenerse a respirar y calmarse unos instantes. Aquella mañana, con sus vaqueros y su camiseta, Pedro le había parecido imponente, pero por la noche, afeitado y vestido con unos pantalones de sport y un polo azul marino que mostraban a las claras su devastadora masculinidad, él hacía palidecer de vergüenza al resto de los hombres. Violenta al comprender que había dejado que su mirada se deleitara vagando por su figura, se apresuró a levantar la vista temerosa de encontrar en él la misma mirada helada que le había dirigido aquella mañana. Sin embargo, algo había captado la atención de Pedro en esa ocasión. Miraba más allá de ella, por encima de su hombro, hacia el bebé vestido con un adorable trajecito amarillo. Vió cómo su pecho subía y bajaba, y después lo vió cruzar la habitación en un par de zancadas, pasando por su lado, hasta llegar a la cama. Cerró la puerta y se acercó despacio, esperando su reacción. Pedro se sentó sobre la cama junto al bebé con aquella gracia masculina suya inconsciente. Paula contuvo el aliento observándolo inclinarse sobre Baltazar y pasar la mano por sus cabellos rizados. Su hijo no pareció molestarse especialmente cuando un completo extraño comenzó a desvestirlo. Baltazar, con su apacible temperamento, dejó que Pedro examinara cada rincón de su anatomía sin decir ni pío, desde los anchos hombros hasta los dedos cuadradotes y las largas piernas. Todo en él, desde las largas y negras pestañas idénticas a las de él, que enmarcaban unos ojos aún turbios, hasta su belleza masculina de cabellos negros y piel aceitunada, pasando por la mandíbula cuadrada y las orejas pegadas a una cabeza perfecta, todo, gritaba el nombre de Alfonso.


—¡Dios mío… tengo un hijo!


La reverencia con la que se comportaba Pedro, la extrañeza que delataba su voz ronca revelaba lo importante que era para él aquel momento. El corazón de Paula comenzó a agitarse hasta estallar. Aunque lo hubiera hecho todo mal en la vida, ya nada tenía importancia: aquello lo había hecho bien. Ella se aclaró la garganta y murmuró:


—Quizá ahora comprendas por qué no me atreví a llevarlo a la excavación. De haberlo visto la gente se habría dado cuenta de un solo vistazo de que…


—¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? —exigió saber él sin dejarla terminar.


El lado tierno de Pedro había desaparecido. Levantó al niño semidesnudo y lo tapó con la colcha sosteniéndolo contra su hombro. Luego se puso en pie, amenazador. Paula dió un paso atrás al ver la ira en sus ojos.


—Cuando rompí nuestro compromiso, no sabía que… no sabía que estaba embarazada. Luego, cuando lo descubrí, pensé que lo mejor era no contártelo.


—¿Por qué? ¡Maldita seas! 

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