miércoles, 20 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 41

 —Fernando y yo nos conocimos cuando estaba embarazada, eso cambia las cosas por completo —contestó dejando a Baltazar en brazos de Pedro, sin vacilar—. Si le cambias de pañal yo prepararé el biberón.


Sin embargo, Pedro no abandonó la habitación como ella esperaba. En lugar de ello preguntó:


—¿Y cuánto tiempo había transcurrido desde que huiste de la prisión en la que esperabas tu sentencia de muerte conmigo hasta que lo conociste?


«No, Pedro, cariño».


—Él… él vino a casa de mis padres a pedirme que le pasara a máquina un curriculum por si decidía trabajar para otra empresa de construcción.


—¿Pasar a máquina?


—Sí, así es como he estado ganándome la vida —contestó Paula apartando la mirada—. Me anuncié en los periódicos y en el diario del campus.


—¿Y cuánto tiempo había pasado cuando apareció él en casa de tus padres? —insistió Pedro.


—Cinco meses —contestó Paula, que hubiera deseado gritar que no lo sabía.


—Entonces no has estado mucho tiempo con él, debe estar ya poniéndose nervioso —comentó Pedro clavando la daga un poco más hondo.


Los aspavientos de Baltazar impidieron que Paula contestara. Pedro, evidentemente, se veía desgarrado ante la necesidad de atender a su hijo y sus ganas de atormentarla. Por fortuna, las necesidades del niño prevalecieron. Pedro giró en redondo y se dirigió a grandes pasos hacia el dormitorio del remolque llevándose a Baltazar. Paula no sabía cuánto tiempo más podría seguir viviendo con aquella mentira que crecía y crecía desproporcionadamente y que acabaría por separarlos de una manera definitiva. Se acercó al dormitorio y le tendió el biberón.


—Toma, aquí tienes.


—Quédate conmigo mientras le doy el biberón, tengo que hablar contigo. 


Paula obedeció. Se quedó de pie junto a la cuna, apoyándose en ella. Resultaba tremendamente peligroso sentarse en la cama junto a Pedro, no podía entrar en aquella arena de lidia deseándolo como lo deseaba.


—Escucha, Pedro… —comenzó a decir extendiendo las manos en el aire—, Damián desde luego, ha sobrepasado los límites, pero no le ha hecho daño a nadie.


Pedro ladeó la cabeza y dirigió su fría mirada hacia ella.


—Ya he hablado con él, pero tranquila, no tendrás que preocuparte más por eso, porque la semana que viene ya no viviremos aquí.


—¿Qué quieres decir? —preguntó ella.


—Que mi trabajo aquí ya ha terminado, que ya se pueden construir las vías de aquí a Wyoming. Ahora tengo que estudiar el terreno en la mitad oeste de los Estados Unidos, y eso significa que tendré que mudarme. Leticia nos deja instalar el remolque en su propiedad a las afueras de Laramie. Tendremos agua. Remolcaremos el coche, y así podrás disponer de transporte cuando estemos allí. Me gustaría que nos marcháramos el lunes por la mañana a primera hora, así podríamos deshacernos de las cosas que nos sobran durante el fin de semana.


Paula se giró dándole la espalda. Aquello le hacía sentirse realmente mal. Pedro continuó:


—Siento que la idea te resulte tan repugnante, pero siempre has sabido que mi trabajo me obligaría a mudarme de un lado a otro.


—No entiendes nada, Pedro —murmuró ella—. Una cosa es montar esta farsa en la excavación, entre extraños, y otra muy distinta tener que vivir con tus mejores amigos cuando deben tener una opinión horrorosa de mí… No… no creo que pueda soportarlo.


—¿Quieres decir que no vas a poder continuar otras dos semanas más? Bien —comentó él con voz de seda, terminando con la paciencia de Paula—. Nadie te está apuntando con una pistola, Paula. Cuando quieras vas al aeropuerto y vuelves a casa con tu novio, si eso es lo que quieres. Baltazar y yo nos sentiremos muy felices de llevarte al aeropuerto. 

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