lunes, 4 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 8

En aquel momento, Pedro se había sentido terriblemente seducido por su calidez y su belleza, se había sentido tan profundamente enamorado y lleno de deseo que ni siquiera había sido capaz de prever lo que se le iba a echar encima. La noche en que hicieron el amor había sido la última vez que la había visto. Hasta aquella mañana…Si Paula le había mentido, en lo relativo a la píldora, entonces el bebé podía ser de cualquiera, y exigía una prueba de ADN para creer que era de él. Tambaleante, se levantó de la cama y se dirigió a la ducha en donde dejó que le cayera el agua hasta estar seguro de poder caminar sin tropezar. La idea de comer le resultaba repulsiva, pero necesitaba meterse algo en el estómago vacío. Tostó una rebanada de pan y tomó dos tazas de café, y entonces comprendió que o mordía el anzuelo o se pasaría el resto de su vida preguntándose por el motivo de la visita de Paula. Por mucho que lamentara la idea de volver a verla, por mucho que detestara tener que estar en la misma habitación que ella, no podía dejar aquello sin resolver. No si quería vivir en paz el resto de su vida. Era evidente que jamás conocería a la verdadera Paula. Según parecía no era más que una mentirosa, una tunante que lo había arrastrado hasta el infierno con hilos de seda fabricados expresamente para él. Sin embargo el instinto le decía que, en lo relativo al niño, ella no mentía. Lo único que tenía que hacer era destapar el farol. Después, solo restaría escribir la palabra «fin» en aquella desastrosa historia y arrojarla a la papelera junto con el resto de sus amargos recuerdos. Pedro se cepilló los dientes, se puso un pantalón limpio y un polo y abandonó el remolque.


—¿Profesor Alfonso? ¡Espere!


Pedro volvió la cabeza y se apoyó en el picaporte de la puerta para mantener el equilibrio.


—Hola, señorita Cali, ¿Qué puedo hacer por usted?


La atractiva rubia, una estudiante graduada, estaba comenzando a ponerse en ridículo a sí misma.


—He estado tratando de ponerme en contacto con usted. Es viernes por la noche, y un grupo de estudiantes vamos a reunimos en el remolque de Lucas para hacer una fiesta. Me han elegido a mí para venir a invitarlo.


—Son ustedes muy amables, pero me temo que tengo otros planes.


—La fiesta durará toda la noche —continuó la rubia poco dispuesta a rendirse—. Será usted bienvenido a la hora que sea.


—No piense usted que no aprecio la invitación, pero hace años que no voy a una fiesta, y no tengo intención de comenzar ahora. Buenas noches, señorita Cali.


—¿Por qué no me llamas Mariana? —preguntó la estudiante siguiéndolo hasta su camioneta.


—Jamás llamo por el nombre de pila a las estudiantes en horario de clase —contestó él entrando en el vehículo y cerrando la puerta. 

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