viernes, 15 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 32

Paula, con una sonrisa en los labios y un agudo dolor en el corazón, comenzó a poner en orden la habitación. Aquello era un desastre. Tuvo que hacer cinco viajes para sacar fuera las cajas vacías. Solo podía dejarlas una encima de otra, Pedro se encargaría de ellas. Con ordenar sus cosas y las del bebé en el dormitorio tenía suficiente. Finalmente, comprendió el verdadero problema: las cosas de Pedro. Lo que más le sorprendía era el ingente número de cuadernos de notas y revistas de geología que había acumulado. Y, en medio de todos aquellos papeles y materiales asociados a su trabajo, el ordenador. Había incluso un microscopio electrónico con escáner incorporado, una pantalla de televisión, un martillo y lupas de mano. Tenía que poner orden en todo aquel caos, él necesitaba espacio para dormir. En un rincón, en el suelo, ella encontró cristales de una botella de whisky escocés y de una lente de microscopio.


—Deja eso, Paula, yo lo recogeré.


—No te he oído entrar —contestó ella dándose la vuelta.


—No, tendría que haber llamado a la puerta, lo siento. Supongo que no estoy acostumbrado a que haya nadie.


—No, claro.


—De ahora en adelante, cuando salga, cerraré con llave, y cuando vuelva llamaré a la puerta antes de entrar. Haz tú lo mismo, y así no habrá ningún problema. Tengo que tener una copia de la llave por algún lado, en cuanto la encuentre te la daré.


—Estupendo —respondió Paula—. ¿Han disfrutado de su paseo?


—Mucho. Balta acaba de tomar su primera lección de geología — contestó Pedro besando al bebé en la cabeza.


—¿Y qué tal va el cochecito nuevo?


—No demasiado bien por el barro. He decidido guardarlo en el maletero del coche, nos vendrá bien para ir por la ciudad. Por aquí, sin embargo, lo llevaré en brazos.


—¿Se… Se han encontrado con alguien?


Los ojos de Pedro observaron las nerviosas manos de Paula, que se frotaba las caderas. 


—Sí, con casi todos los que viven en la excavación —contestó él—. Se dieron cuenta de que era mi hijo de inmediato, en cuanto le echaron un vistazo. Balta ha sido todo un éxito, no ha llorado ni una sola vez. El profesor Fawson, que es el arqueólogo residente y tiene cinco hijas, me ha dicho que tengo mucha suerte, y es cierto. Las estudiantes se pegaban por sostenerlo. Luego Balta se puso a mirar a su alrededor buscándote, y por eso hemos vuelto. ¿Por qué no lo sostienes mientras yo monto el parque? Así podremos dejarlo dentro observándome mientras trabajo.


Paula sostuvo al bebé acunándolo. Olía a polvos de talco y al jabón que usaba Pedro en la ducha. Tenía las mejillas frías de estar en la calle, al aire.


—Ven, cariño, vamos a quitarte el abrigo mientras tu padre sigue revolviéndolo todo. Sinceramente, Pedor, si montas el corralito no sé cómo vamos a movernos —añadió Paula poniendo al bebé sobre el sofá para quitarle el abrigo.


—Nos las arreglaremos —contestó él inclinándose para besar a su hijo una vez más—. ¿A que quieres estar con tu papá, cariño?


Paula se estremeció al observar el enorme amor que Pedro le profesaba a su hijo. Era un amor eterno, para siempre. Al llevar a Baltazar al estado de Nueva York, había puesto en marcha algo que tenía vida por sí mismo. O aguantaba el empuje o se arriesgaba a perder a su hijo para siempre. 

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