lunes, 25 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 55

Paula ya había sido objeto de la crueldad verbal de la madre de Pedro, aquello no era ninguna novedad. Al contrario, le habría sorprendido que la señora Alfonso mostrara alguna señal de haberse dejado ablandar con el tiempo. Por alguna razón que no podía explicar, sintió que la invadía la calma. Quizá fuera porque era madre, porque tenía un hijo por el que hubiera estado dispuesta a entrar en un edificio en llamas. Respiró hondo y contestó:


—¿Sabes que bastardo significa hijo de dudosos o inferiores orígenes? Te guste o no, y yo sé muy bien que no, él es un Alfonso. Es hijo de tu hijo predilecto. Si Pedro oyera llamarlo bastardo, no volverías a saber nada de él en esta vida, eso te lo aseguro. Y probablemente, tampoco en la otra.


Los ojos de la señora Alfonso se entrecerraron. La miraba como si estuviera a punto de tirarse sobre ella a matar… Sin previo aviso, la señora Alfonso se dió la vuelta y se dirigió directa al fondo del remolque. Paula no trató de detenerla. Llevada por la necesidad de ver las cosas con sus propios ojos, la madre de Pedro había recorrido un largo camino desde sus propiedades palaciegas en Long Island hasta aquel lugar para inspeccionar, de primera mano, al niño al que había oído llorar por teléfono. No tardó en salir del dormitorio, pero su caminar no era ya tan estable, y su rostro estaba algo más pálido bajo el maquillaje. La señora Alfonso se quedó mirando a Paula durante tanto rato que esta se preguntó si habría sufrido un shock.


—Creo que te he subestimado. ¿Cuánto dinero quieres?


Había bastado con un simple vistazo.


—¿Dinero?, ¿Por qué?


—Por dejar al niño aquí y desaparecer para siempre.


—¿Cuánto has traído? —preguntó Paula en voz baja.


—Lo suficiente como para que no tengas que volver a prostituirte como lo has hecho con mi hijo, al que has atrapado con tus largas garras.


—Puede que mis orígenes sean humildes, puede que no sea la mujer adecuada para ser vista en público con tu hijo, pero, a pesar de ser plebeya y de clase baja, tengo necesidades que ni tú con todo tu dinero podrías satisfacer.


—Aún no te he dicho la cifra. 


—No me hace falta oírla, señora Alfonso. Ninguna cantidad podría separarme jamás de mi hijo.


Los atractivos rasgos griegos de la señora Alfonso se endurecieron en una fea mueca.


—Pedro no sabía con quién estaba tratando cuando te trajo a casa. Te crees muy inteligente presentándote así ante él, con su hijo, pero no importa. No vas a conseguir ni un solo céntimo de él, y tú sabes muy bien porqué…


Sí, sabía el porqué. Esa era la razón por la que Paula había roto su compromiso y había huido de Pedro a donde él no pudiera encontrarla.


—Te cuesta creerlo, pero ni quiero, ni necesito su dinero. Dentro de menos de dos meses voy a casarme con otro hombre.


Paula extendió la mano para que la madre de Pedro pudiera ver el modesto anillo de su dedo. Aquel anillo no podía compararse con el que Pedro le había regalado una vez, con el anillo que había dejado sobre la cómoda cuando escapó de la casa de sus padres.


—Fernando Hammond, mi novio, cuidará de mí y de mi hijo Balta — continuó Paula—. No nos faltará de nada. He venido a Warwick con un solo propósito, averiguar si Pedro quiere compartir la custodia de Balta conmigo. Padre e hijo tienen derecho a conocerse y a amarse. Si los vieras juntos comprenderías que Pedro adora a Balta, y éste venera a su padre.


—En tu caso, la custodia conjunta no significa más que extorsión — alegó la madre de Pedro de malos humos.


—Quizá a tí te lo parezca —murmuró Paula—. Sea lo que sea lo que Pedro decida hacer con su hijo, si decide o no gastarse el dinero con él, eso no tiene nada que ver conmigo.


Aquellas palabras de Paula parecieron captar la atención de la señora Alfonso, que preguntó:


—¿Estarías dispuesta a prometer eso por escrito, ante un abogado como testigo?


—Sí.


Era evidente que aquella declaración había sorprendido a la señora Alfonso, que no esperaba que Paula llegara tan lejos.


—¿Cuándo?


—Cuando quieras. 


—¿Te das cuenta de lo que significaría eso, si alguna vez quisieras echarte atrás habiendo firmado un documento legal? —inquirió la señora Alfonso mirándola especulativamente.


—Rompí mi compromiso, ¿No? —contestó Paula con voz teñida de dolor.


—Sí, pero te has tomado la revancha al volver con algo que quiere mi hijo —respondió la señora Alfonso sin vacilar.


—¿Te refieres a la carne de su carne? —preguntó a su vez Paula a voz en grito—. ¡Era lo correcto, lo único que podía hacer!


—Bien, cuando tengas que firmar el documento veremos si eres sincera.


—Ojalá pudiera firmarlo ahora mismo, así terminaríamos de una vez.


Le costaba reprimir su dolor y su enfado. La madre de Pedro no tenía nada que envidiar a la Inquisición española. Paula rogó al cielo para que se marchara de una vez. 


1 comentario: