viernes, 15 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 34

 —Pues ahora que lo preguntas, ¿Qué te parecerían unos tacos de gambas, de esos que solías hacer tú? —Paula los adoraba. Los había preparado muchas veces para Pedro, pero no había vuelto a cocinarlos desde que rompieron—. Paula…


De pronto, la tensión fue palpable entre los dos. Ella se detuvo en el umbral de la puerta.


—¿Sí?


—Si quieres hablar por teléfono con tu novio, adelante. Yo me quedaré un rato aquí, con Balta.


—Gracias —contestó ella conteniendo el aliento.


—Cierra la puerta.


Aquello era lo que más odiaba de la mentira. Necesitaba sacar a la luz sus sentimientos, así que buscó las llaves del coche y se llevó el móvil. Llamó a su tía Diana, que era quien le había prestado el anillo. Para ella era una amiga, una confidente: la persona con la que necesitaba hablar. Solo que, nada más oír su voz, Paula se echó a llorar y no pudo parar. Debieron pasar diez minutos antes de que pudiera disculparse y decirle que la llamaría al día siguiente. Se enjugó las lágrimas y volvió al remolque. Pedro estaba colocando las fotografías en el escáner para mandárselas a sus amigos. Baltazar estaba en el corralito, observando a su padre. La escena era tan tierna que Paula hubiera podido derramar otro montón de lágrimas más. Pero, en lugar de ello, se apresuró a preparar la cena. Hubo un momento o dos en que creyó notar la mirada de Pedro sobre sí, pero él no dijo nada. Sabía que tenía el rostro colorado de tanto llorar, pero para él era una prueba más de que echaba de menos al hombre con el que se iba a casar. Finalmente, al sentarse a la mesa, Pedro habló: 


—Supongo que has informado a tu novio de la situación —ella asintió—. Si crees que no vas a poder vivir sin él eres libre de marcharte. Siempre y cuando me dejes a Balta, claro.


—No. Hemos hecho un trato, y lo cumpliré —contestó Paula incapaz de mirarlo.


—Aunque acabe contigo…


—¿Qué más quieres de mí? —saltó ella de pronto, llena de frustración.


—Que me ayudes, que seas más generosa conmigo de lo que lo fuiste nunca.


La voz de Pedro sonaba agitada. Instantes después él se puso en pie tirando al suelo la silla. Baltazar se echó a llorar. Ambos corrieron a consolarlo, pero él llegó primero. El niño se calló de inmediato. Se sentía a salvo en brazos de su padre.


—Pareces exhausta, Paula. ¿Por qué no te vas a la cama? Yo recogeré esto y le daré el biberón. Pensaba darle también el de las tres de la madrugada.


—No es necesario.


—Quiero hacerlo, es importante que esté conmigo estos días, incluso por las noches. Ya organizaremos turnos más adelante.


Quizá fuera lo mejor. Con tanta emoción a flor de piel la tensión que había entre ellos los había hecho estallar a los dos. Paula no podía permitirse el lujo de que eso volviera a suceder.


—Antes de irme, ¿Quieres decirme a qué hora quieres el desayuno?


—¿Por qué no lo discutimos mañana? Voy a tomarme unos días libres para prestarle a Balta más atención, ya hablaremos de eso mañana.


—Está bien —respondió ella apartando la mirada.


Hubiera deseado ponerse de puntillas y besar a Baltazar en lo alto de la cabeza, pero no se atrevía. El bebé estaba demasiado cerca del rostro de Pedro. Al volverse para marcharse, él la tomó del antebrazo con la mano que le quedaba libre.


—¿Cuántos años tiene tu novio?


«No, por favor. Más no». 

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