lunes, 11 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 22

La vida de Paula había cambiado en cuestión de veinticuatro horas. El día anterior solo eran dos en el coche, ese día eran tres. Pedro ató al niño en la silla de atrás y condujo hasta la ciudad con toda normalidad, como si fueran una familia. Cuando paró frente a un concesionario de coches, ella no supo qué pensar. Tras lanzarle una mirada confusa, él explicó:


—No vamos a poder ir en mi camioneta. Quiero echarle un vistazo a ese monovolumen de cuatro puertas. Dicen que son buenos, muy seguros para los niños.


De acuerdo con las condiciones del trato, Paula tenía que ponerse en manos de Pedro. Durante ese mes sería él quien tomara las decisiones. Con Pedro, nada podía faltarles. Media hora más tarde se marcharon a hacer las compras de Baltazar. El coche nuevo estaría preparado para su vuelta, cuando terminaron de comprarlo todo, incluyendo una sillita de bebé último modelo, la más segura del mercado. Ir de compras con Pedro era como tener un Santa Claus particular.


—¡Ya basta! —gritó Paula al verlo añadir un móvil con música y con los personajes de Winnie de Pooh colgando—. No vamos a poder meter todo esto en el remolque. Ni siquiera estoy segura de que el coche de alquiler no se vaya a hundir con tanto paquete.


—Bueno, iremos a recoger el coche nuevo antes de ir a hacer la compra al supermercado.


Hacia el mediodía todo estaba listo para volver a la excavación. Habían devuelto el coche de alquiler, y Pedro conducía la camioneta. Paula lo siguió en el monovolumen cargado hasta los topes. Tras el ajetreo, lo único que deseaba Baltazar era su biberón y su siesta. Nada más llegar al remolque, el niño rompió a llorar. Paula trató de ocultar una sonrisa al ver a Pedro atónito ante la potencia de los pulmones de su hijo. Pedro desató al niño de la silla y le dirigió a Paula una mirada ansiosa. Ella agarró la bolsa de los pañales y entró en el remolque. El llanto de Baltazar debía oírse a kilómetros de distancia. Pedro despejó la cama de libros y de mapas, y Paula se sentó. Luego le tendió al bebé.


—Quédate aquí con él mientras preparo el biberón —treinta segundos más tarde Pedro volvió del fregadero y le metió la tetina a Baltazar en la boca sin mostrar la vacilación de la noche anterior. Aprendía rápido—. Voy a traer las cosas del coche —musitó sin moverse, sin apartar los ojos de su hijo, que se tomaba el biberón con la misma voracidad con que él se había zampado el desayuno aquella mañana.


Baltazar era un niño adorable. Paula mantuvo la cabeza inclinada, tratando de no sonreír. En realidad estaba feliz, pero temía despertarse y descubrir que todo aquello era un sueño. Estar con Pedro, saber que ella y Baltazar iban a vivir con él durante un mes, la llenaba de una inexplicable felicidad. 

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