lunes, 4 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 9

 —¿Y fuera de clase? —volvió a preguntar ella con descaro.


—Cuando se trata de una estudiante, jamás hay momentos «fuera de clase».


Aquella regla solo la había roto con Paula, y había sido el peor error de su vida. Pedro tenía la sensación de que se pasaría toda la eternidad pagando por ese error. Pero aquella noche, por fin, todo se dilucidaría. Pedro echó marcha atrás y pisó con fuerza el acelerador deseando casi que la agresiva señorita Mariana Cali mordiera el polvo y tomara buena nota de su respuesta. Con Paula, en cambio, había sido todo al revés. Había sido él quien la había perseguido… Hasta que ella se había dejado pillar…  Ella había faltado al primer examen de su asignatura y había telefoneado a su despacho con la excusa de que no había podido presentarse por tener un fuerte constipado. Acostumbrado a las tretas de las estudiantes, que confiaban en su belleza personal a la hora de conseguir ciertos favores, no la había creído y le había exigido que se presentara de inmediato ante él. Estaba dispuesto a hacerle un examen oral si el problema consistía en que no podía escribir. Sin embargo, la despampanante estudiante pelirroja que se presentó en su despacho tenía realmente un fuerte constipado. Debía tener unos diez o doce años menos que él, y parecía débil, tenía las mejillas sonrosadas a causa de la fiebre. Pedro posó inconscientemente el dorso la mano sobre aquella mejilla despejada. Estaba ardiendo. Aquel ligero contacto sorprendió a Paula, cuyos ojos grises se fusionaron con los de él. En aquel instante él sintió que una misma corriente los atravesaba a los dos.


—Perdona que no te creyera —susurró él bajando la mano—. ¿Cuándo has notado que comenzabas a estar constipada?


—Esta mañana.


—Debes sentirte fatal, deberías irte a la cama. ¿Cómo has podido venir en estas condiciones?


—En autobús.


Pedro, escandalizado ante su propia falta de sensibilidad, contestó:


—Ha sido culpa mía. Yo ya he terminado las clases por hoy, así que te llevaré a tu casa. 


—¡Oh, no! —sacudió ella la cabeza—. Es usted muy amable, pero no será necesario. Ya que estoy aquí, preferiría que me dejara hacer el examen, luego me iré.


Paula se mostró muy reservada a la hora de quedarse a solas con él, pero Pedro había notado que una llama ardiente se había encendido en su interior. Lo sabía porque también se había encendido en lo más profundo de su ser. Era una energía invisible que los unía a los dos. La respiración de él se había vuelto profunda, una vena palpitaba sin control en el cuello de ella. Pedro sintió un deseo imperioso por posar sus labios sobre los de ella.


—Olvídate del examen, te llevaré a casa.


—Pero mis padres viven a veinte kilómetros del campus, está demasiado lejos. No puedo permitirlo.


Cuanto más se oponía ella, más decidido se mostraba él.


—Está bien, si no me permites arreglar esto personalmente, llamaré a un taxi.


—No, por favor, no tengo dinero para pagarlo.


—Yo lo pagaré, naturalmente.


—¡Profesor Alfonso…! —suspiró Paula frustrada entonces, satisfaciendo enormemente a Pedro. 

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