viernes, 1 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 4

La expresión sarcástica de las cejas de Pedro fue suficiente para mostrar con claridad lo que pensaba de toda aquella fantástica historia. Él dió un paso amenazador hacia ella. Aquel movimiento atrajo la atención de Paula sobre su pecho, bien definido bajo la camiseta blanca, y sobre los poderosos músculos de sus piernas, visibles bajo los pantalones vaqueros. Su fuerte masculinidad la sobrecogía. Hacía mucho tiempo que no se tumbaban juntos ni se besaban hasta perder el sentido.


—Estoy seguro de que, de haber querido de veras que creyera esa fantástica historia, habrías traído contigo la prueba del delito.


Aquella cruel broma la hería como un cuchillo. Paula respiró hondo.


—La habría traído, pero tu hijo es clavado a tí, y sé que nadie de por aquí me conoce ni sabe nada de nuestra relación, así que preferí respetar tu intimidad y lo dejé en el hotel, en manos de una niñera. De ese modo no te ponía en evidencia. Ni siquiera los estudiantes que me señalaron tu remolque saben quién soy. 


La mordaz mirada que él le lanzó la destrozó. Paula había resistido hasta ese momento, pero bastarían unos segundos para que comenzara a derramar lágrimas, y si lo hacía, después no podría parar.


—Puedes hacer lo que quieras al respecto, Pedro. Yo estoy hospedada en el Bluebird Inn de Warwick, y permaneceré allí hasta las once de la mañana de mañana, así que ya sabes dónde estoy si quieres ver a tu hijo —tartamudeó Paula.


Paula salió, cerró la puerta con cuidado y corrió al coche de alquiler, pero no pudo evitar empaparse bajo la lluvia. No esperaba que Pedro corriera tras ella, pero resultaba triste despedirse de ciertos hábitos. Estuvo observando el remolque por el retrovisor hasta que desapareció de su vista. Volver a verlo le había producido una mezcla de miedo y de excitación. La tensión que sufría era tal que ni siquiera podía mantener quieto el pie sobre el pedal. Respiró hondo y trató de calmarse. «Por fin lo has hecho, Paula. Le has dicho la verdad. Ese era exactamente tu deber, por mucho que supusiera un enorme riesgo. Pero ya está hecho». Para cuando llegó a las afueras de Warwick la lluvia casi había cesado. El día anterior había abandonado San Diego bajo un cielo soleado. Solo un mensaje tan vital como aquel podía obligarla a volar a Nueva York por segunda vez tras vivir allí la peor y más dolorosa experiencia de su vida. Odiaba aquel estado, no veía el momento de volver a California con su hijito adorado. Lo primero que haría nada más llegar al hotel sería confirmar su reserva en el avión de vuelta a casa para el día siguiente por la tarde. Por fin vió de lejos el Bluebird Inn. Ansiosa por volver a abrazar a su hijo y asegurarse de que estaba bien, dió la vuelta al edificio y estacionó junto a su habitación, en la segunda planta. No le había resultado fácil dejar a Baltazar con una extraña, pero el encargado del hotel le había asegurado que se trataba de una antigua niñera jubilada con impecables referencias. Jamás habían recibido una sola queja de ella. A pesar de lo mucho que la asustaba, se había visto forzada a confiarle su posesión más preciada a aquella mujer. La visita a la excavación iba a llevarle un par de horas como máximo, pero jamás se había separado antes de Baltazar. 

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