viernes, 22 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 48

 —Te he educado para ser más circunspecto que eso, Pedro. Eres un hombre soltero, y tienes que mirar por tu apellido. Eres un Alfonso. ¿Cómo permites que esa criatura y su bebé trabajen en tu remolque? Si sigues así, la gente va a pensar lo peor.


Pedro dejó escapar un suspiro resignado. Su madre jamás cambiaría.


—Esa criatura… —contestó con sarcasmo—… es la única persona que puede hacer el trabajo que necesito.


Como madre, tenía que admitir que Paula era inigualable. Quizá tuviera muchos defectos, pero jamás había visto a una mujer más enamorada de su hijo. Teniendo en cuenta la incapacidad de ella para mantenerse fiel a ningún hombre, su devoción por el bebé era toda una revelación. Sonia hubiera debido aprender de ella. Su hermana jamás habría podido vivir sin una niñera. Lo cierto era que él y sus hermanos se habían criado con una larga lista de niñeras, así que, ¿Qué se podía esperar?


—Eso es ridículo, tú jamás has necesitado una secretaria. Y si es tan necesaria, entonces que se instale en otro remolque que no sea el tuyo. ¡Yo no lo aguantaría, Pedro!


—Ni tienes necesidad de aguantarlo —contestó Pedro con calma—. La semana que viene me voy a Laramie, y ya no vivirá aquí. Fin del problema. ¿Algo más, antes de que cuelgue?


—¿Te vas a llevar a esa mujer contigo? —volvió a insistir su madre.


—Adiós, mamá —contestó Pedro endureciendo su actitud—. Me alegro de haber hablado contigo.


Pedro colgó el teléfono y se dirigió directamente al dormitorio. Su entrada, sin anunciar, sobresaltó a Paula, que caminaba de un lado a otro con Baltazar en brazos. Al oír que la puerta se abría, ladeó la cabeza hacia él. Gracias a Dios el bebé estaba dormido sobre el hombro de Paula. Podría hablar con ella sin la distracción del niño.


—¿Qué te ha dicho mi madre por teléfono?


—Na… nada —contestó Paula asustada, dando un paso atrás.


—No me mientas, Paula.


—¡No estoy mintiendo!


Cada vez que Paula levantaba aquel redondeado mentón desafiante significaba que le ocultaba algo. 


—Antes, cuando me dijiste que estaba al teléfono, parecías tan enferma como ayer, cuando te la mencioné en relación con las fotografías. Quiero una explicación, si es que vamos a seguir adelante con nuestro compromiso.


Pedro la observó morderse el labio inferior. Por un instante habría sido capaz de vender su alma al diablo por ese privilegio… Es decir, si de verdad la hubiera amado.


—Es… está bien —tartamudeó Paula—. Tu madre estaba un poco enfadada conmigo, se ha molestado porque quería hablar contigo inmediatamente.


—¿Cómo de enfadada? —insistió él.


—Pedro… es natural que la haya sorprendido, tú jamás has tenido secretaria. Tu madre es una mujer muy correcta, probablemente estará pensando lo mismo que piensa el resto de la gente de aquí. Se… se ha sorprendido.


—Tengo treinta y seis años, llevo años viviendo solo. No debería sorprenderla.


—Pero tú no eres una persona cualquiera —añadió Paula azorada, apartando los ojos—, eres su hijo. Igual que Baltazar es hijo mío. Ella cree que eres perfecto, y yo sé que eres su hijo favorito.


Pedro se puso colorado.


—¿Te lo dijo cuando te llevé a Nueva York el invierno pasado? — Pedro tuvo que esperar la respuesta a esa pregunta durante un buen rato. Por fin Paula asintió de un modo casi imperceptible—. ¡Maldita sea! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario