miércoles, 27 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 57

 —Por favor, Pedro —rogó Paula—. Por favor. Mi familia ha tenido la oportunidad de estar con Balta desde el día en que nació. Piensa en la alegría que supondrá para tu familia conocerlo antes de que deje de ser un recién nacido. Después, cuando me marche de Laramie para casarme, ya no tendré tiempo. Ahora, en cambio, mientras estoy contigo ayudándote con Balta, puedo ir. El fin de semana que viene es perfecto.


—Ya veremos.


Algo muy profundo estaba ocurriéndole a Pedro. Paula observó su pecho subir y bajar. Había cedido solo en parte. Su madre sonrió.


—Sé que vendrán, pero no voy a decirle nada a la familia. Cuando lleguen con mi nieto será la mejor sorpresa de cumpleaños que jamás haya recibido tu padre. Y ahora tengo que irme, Pedro, cariño. ¿Quieres acompañarme a la limusina? El chófer me está esperando para llevarme de vuelta al aeropuerto.


Pedro asintió sin decir nada.


—Paula —la llamó la señora Alfonso—, no esperaba volver a verte, pero tengo que decirte que me alegro de haber hablado contigo. La maternidad te sienta bien.


Atónita ante aquella maravillosa representación, Blaire no tuvo más remedio que seguir fingiendo.


—Gracias. ¿Estás segura de que no quieres que despierte a Balta para que puedas abrazarlo?


—¡Oh, no, querida! He tenido tres hijos. Cuando tienes que levantarte por las noches para atenderlos es un milagro conseguir que duerman de un tirón. Ya tendré tiempo de conocerlo este fin de semana.


La señora Alfonso dió un paso adelante para besar a Paula en la mejilla y luego salió del remolque. Pedro la siguió, pero primero le lanzó a Paula una mirada oblicua que ella no supo interpretar.


Una vez que la señora Alfonso se hubo ido, Paula se sintió tremendamente aliviada. Se había enfrentado a su peor pesadilla y seguía viva. Jamás, ni en sueños, habría creído que sería ella quien, un día, le rogaría a Pedro que fueran a casa de sus padres. Aquella visita tendría un precio, y él tendría que pagarlo. Paula lo sabía. Sin embargo, no había más remedio si quería mantener su secreto. Al menos Pedro tendría a su hijo consigo durante ese fin de semana. El inconmensurable amor y consuelo que se derivaba de tener a su pequeño bastaría para sostenerlo. Antes de que Balta se despertara y él volviera al remolque, ella recogió ropa limpia y se metió en la ducha. Necesitaba relajarse después de la visita de la señora Alfonso y de Mariana, ambas en pie de guerra. 


—¿Cuánto tiempo llevaba mi madre aquí antes de que llegara yo? — exigió saber Pedro minutos más tarde, cuando Paula salió de la ducha con una toalla en el pelo.


Pedro estaba de pie, delante de la puerta del baño, dándole de comer a Baltazar, que debía haberse despertado y comenzado a llorar al oír el ruido del agua. Paula pasó por delante de él y se dirigió a la cocina con el secador en la mano. Pedro estaba alerta, como un cazador. Cuando exigía respuestas se mostraba incansable.


—Diez minutos, quizá —contestó Paula de espaldas a él, enchufando el secador.


—Después de aquella odiosa llamada telefónica corrí de vuelta a Nueva York para descubrir qué te había hecho romper nuestro compromiso y huir Dios sabe adonde. Mi madre siempre mantuvo que nadie se enteró de que te habías ido hasta el día siguiente por la tarde, y ni una sola vez, desde el año pasado, ha dicho una sola palabra negativa acerca de tí.


Pedro respiró hondo y contuvo el aliento. Luego continuó.


—Conozco a mi madre, Paula. Nada de eso es propio de ella. Ni lo era entonces, ni lo es ahora. ¿Qué ocurrió realmente entre ustedes aquella noche?


Paula se dió la vuelta despacio con el secador en la mano.


—Nada, absolutamente. 

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