miércoles, 6 de enero de 2021

Perdóname: Capítulo 14

Era el turno de Paula de quedarse helada. Era imposible que lo hubiera oído bien. Tenía que calmarse. Pedro se enfrentaba a ella solo porque tenía que sacar de algún modo toda la rabia acumulada durante el año anterior. No debía tomar en serio sus palabras. Debía estar agotado, pero en cuestión de segundos se marcharía y todo habría terminado. Fingió no haberlo oído, buscó el pijama en la bolsa de los pañales y se acercó a recoger al bebé de la cama para llevarlo a la cuna. Sin embargo, Pedro lo tema bien agarrado sobre su hombro.


—Tengo que prepararlo para llevarlo a la cama, Pedro.


Él se quedó mirándola fijamente.


—Necesito tiempo para acostumbrarme a mi hijo. Aquí hay dos camas. Pareces cansada. ¿Por qué no te acuestas en esa de ahí? Yo cuidaré de él.


—¡No seas absurdo! —gritó ella.


—Veo que has traído latas de leche en polvo —continuó él en un tono de voz normal, ignorando sus protestas—. ¿Lo has hecho para que yo pueda darle el biberón, o es que no le quieres dar de mamar?


La intimidad de aquella pregunta la pilló por sorpresa. Paula no esperaba que él pensara en cosas como esa. De pronto, se ruborizó. Aquella reacción era ridícula teniendo en cuenta que habían pasado una noche entera haciendo el amor. Durante aquella noche la expresión «una sola carne» había adquirido un nuevo sentido, y el resultado de todo ello había sido Baltazar.


—Le dí de mamar en el hospital, pero Balta desarrolló una erupción cutánea. El pediatra me dijo que era alérgico a mi leche, así que cambiamos al biberón. Cuando estoy en casa utilizo otra leche distinta, pero la de lata es más adecuada para viajar.


No poder dar de mamar a su hijo había sido una gran desilusión para ella, pero comparado con los problemas que tenían otras madres no tenía de qué quejarse.


—En ese caso podré darle el próximo biberón. Si no puedes dormir con la luz encendida apágala, a mí no me importa. Balta y yo nos las arreglaremos a oscuras, ¿A que sí, hijo?


Aquel juego había llegado demasiado lejos. Paula se sentó sobre la cama frente a él, inconsciente de que arrugaba el camisón con sus inquietas manos. Pedro, ocupado tan solo de Baltazar, que parecía animado y no dejaba de hacer ruidos, se negaba a mirarla.


—Se está haciendo tarde —añadió Paula tratando de pensar rápido en una solución—. Le prometí a Fernando que lo llamaría por teléfono antes de irme a la cama.


—Adelante, llama, el comportamiento de nuestro bebé ha sido perfecto por ahora. Es un buen momento para hablar. Fernando tiene que saber que yo no renuncio a mis deberes como padre. Al contrario, pienso ejercer mis derechos y hacerme cargo de mi responsabilidad desde ahora mismo.


El tono de voz definitivo y resuelto que había empleado Pedro la aterrorizaba. Paula inclinó la cabeza.


—No puedes hacer eso. Él es mi hijo también, Pedro.


—Me temo que eso tenías que haberlo pensado antes de entrar esta mañana en el remolque sin ser invitada. Si crees que voy a permitir que crezca llamando papá a otra persona y dejando que esa otra persona lo llame hijo es que no me conoces en absoluto, y yo, desde luego, no te conozco a tí. Excepto, por supuesto, por aquella noche, en que nos conocimos en un sentido bíblico —terminó hiriéndola hondamente de una nueva manera.


Paula se deslizó de la cama y se puso en pie. Se sentía demasiado incómoda. 

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