lunes, 5 de julio de 2021

El sabor Del Amor: Capítulo 62

 –Sí, lo sé. Lo que pasa es que estoy imaginando cuando nos encontremos en alguna de las fiestas de Sebastián y Sofía y tengamos que disimular y hacer como si nada.


–Ah, las normas sociales, el comportamiento de dos personas que han sido amantes y que puede, o no, que se hayan despedido como amigos. No creo que eso vaya a ser un problema entre nosotros.


Pedro le puso un dedo en la frente.


–Nos llevamos bien, ¿No? –la sonrisa de él tenía el brillo suficiente para iluminar la cocina entera.


Paula sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frescor de la tarde. Unos pensamientos preocupantes le llenaron la cabeza de repente y la sacudió para deshacerse de ellos.


–No sé si puedo continuar.


–¿Hablas en serio?


–Bueno, de acuerdo, lo intentaré. Pero antes una pregunta: ¿Tienes un preservativo?


De repente, Pedro se la quedó mirando con los ojos muy abiertos y expresión de perplejidad; después, le dedicó la sonrisa más traviesa y sensual que ella había visto en su vida.


–Siempre voy preparado.


–Quizá no tanto como para esto –respondió Paula, y le pellizcó la garganta con los dientes.


Entonces, Paula comenzó a desabrocharle la camisa, lenta y lánguidamente, alargando el placer.



La luz del amanecer se filtraba por las puertas de la terraza cuando Paula se dió media vuelta en la cama y fue a tocar a Pedro, pero él no estaba allí. Se apoyó en un codo, parpadeó y paseó la mirada por la estancia. Estaba junto a las puertas de cristal con la mano apoyada en el marco. Iba solo con los calzoncillos, sus esbeltas piernas y fuerte espalda al descubierto, magníficas. Paula tomó aire y grabó esa imagen en su memoria. Pasara lo que pasase, jamás olvidaría aquella noche ni la imagen de Pedro en ese momento. Él era tan guapo que aunque se hubiera pasado la noche entera mirándolo no se había cansado. Pedro Alfonso, esa noche, había destrozado toda posibilidad de que ella pudiera estar con otro hombre. Era un hecho. Y darse cuenta de ello súbitamente la hizo lanzar un gemido inintencionado. Él la oyó, volvió la cabeza y sonrió.


–Hola.


–Hola –susurró Paula.


–Perdona si te he despertado –la sonrisa de Pedro le llegó a lo más profundo de su ser, despertando deseo y afecto–. Vamos, vuelve a dormir.


–Sin tí, no –Paula sonrió y arqueó las cejas repetida y significativamente antes de guiñarle un ojo.


Pedro echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas. Y para recompensarla, se acercó a la cama. Pero en vez de tumbarse encima de ella y hacerla feliz, se sentó en una silla de madera que colocó al lado de la cama. Paula se incorporó, apoyó la espalda en el cabecero de madera y subió el edredón para cubrirse los pechos desnudos.


–¿Te pasa algo? –Paula bostezó–. ¿Por qué te has despertado tan temprano?


–No me pasa nada –Pedro sacudió la cabeza, tendió una mano para agarrar la de ella, se la llevó a los labios y la besó–. Estoy bien.


Fue uno de los besos más dulces de su vida y su ya enternecido corazón, lleno de amor por ese hombre, pareció querer salírsele del pecho.


–Entonces, ¿Qué te pasa, Pedro? ¿Qué es lo que quieres?

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