viernes, 16 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 17

 –Aunque fueras un chico, te diría que te pusieras unos guantes – gruñó–. Hay un montón en el establo. Busca alguno de tu talla y no vuelvas hasta que los tengas puestos.


–No necesito...


–Soy tu jefe –contestó con brusquedad–. Pago tu seguro y o te pones guantes o no trabajas.


Ella se puso recta y lo miró. Esa mirada tal vez funcionaba con alguien, pensó, pero no con él.


–Tú eliges –dijo y volvió a arrancar la sierra eléctrica.


Ella lo miró con furia y, airadamente, fue hacia el establo para ponerse unos guantes. Después volvió y siguió trabajando. Trabajaron sin interrupción durante dos horas y Pedro estaba totalmente desconcertado. Empezó a cortar los leños un poco más pequeños para que a ella le resultara más fácil apilarlos, aunque se había esperado que al cabo de media hora se hubiera cansado y lo hubiera dejado. Sin embargo, no había sido así. Él había seguido cortando y ella apilando, tanto que Pedro había tenido que llevar el remolque a la casa para vaciarlo. Mientras, Paula había seguido a la camioneta hasta la casa y le había ayudado a descargar los leños. Después, cuando él fue a ver cómo se encontraban Daisy y la potrilla, ella, sin que nadie se lo pidiera, volvió hasta el río con el remolque y siguió cargando leña. O era más fuerte de lo que parecía o era una cabezota. Pedro no lo sabría hasta que no le viera las manos, pero no podía vérselas porque no se había quitado los guantes todavía. Estuvo trabajando a ritmo constante, un ritmo que a él le resultó desconcertante. Era de Nueva York, no debería poder cargar leña con tanta facilidad como él. Pero así era. Cuando, finalmente, el segundo remolque estuvo lleno, llegó la hora del almuerzo. Él se había preparado unos sándwiches de ternera y había echado unas cervezas, pero no había suficiente para los dos y ya era hora de que ella parara de trabajar.


–Hay mucha comida en la cocina. Hoy has trabajado mucho. Vuelve a casa y descansa un poco.


Ella negó con la cabeza. Al llegar, llevaba puesta una sudadera que se había quitado un momento después y ahora se había acercado hasta donde la había dejado y había sacado un paquete de debajo. Dentro había una botella de agua y unos sándwiches, mejor preparados que los que él había llevado.


–¿Cómo has...?


–Has dejado el pan de molde y la tabla de cortar junto a la pila. No hace falta ser Einstein para imaginarse que habías preparado sándwiches, así que he pensado que si tú ibas a evitar a los fontaneros, yo también.


–No estoy evitando a los fontaneros.


–Entonces, ¿Estás evitándome a mí? ¿Podrías decirme qué tienes en contra de las mujeres? –le dió un mordisco a su sándwich con gesto de indiferencia, como si no le importara realmente la pregunta que le había formulado.


–No tengo nada en contra de las mujeres, simplemente creía que no podrías hacer este trabajo.


–Pues ahora ya has visto que sí que puedo –dijo mirándolo y sonriéndole, como si él acabara de lanzarle el mayor de los cumplidos.


¿Estaba tomándole el pelo?


Pedro le devolvió la sonrisa, no tuvo elección.


–Estás más que preparada para el trabajo. Anoche ya te ganaste el sueldo de tus seis meses entero. Puedes irte feliz a casa.


–Si es que quiero irme a casa.


–¿Quieres quedarte?


–Sí –respondió y le dio otro mordisco al sándwich–. Tengo una reputación que crearme. Trabajar seis meses y tener unas referencias de Werrara al final del periodo me permitiría encontrar un buen trabajo cuando vuelva a casa. Eso sí, por favor, no actualices tu Web mientras esté buscando trabajo. Este lugar es conocido internacionalmente como un gran criadero de caballos, pero ver el retrete exterior te daría muy mala reputación.


–A los clientes no les interesa el retrete, les interesan los caballos.


–¿Y por eso no te preocupas de nada más?


Era una pregunta y estaba esperando una respuesta. No era asunto suyo, se dijo Pedro. No tenía por qué responderle, pero ahí estaba Paula, masticando tan contenta esos sándwiches que ella misma se había preparado después de haber trabajado tanto durante la noche y la mañana. Había recorrido medio mundo para aceptar un trabajo espantoso.

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