viernes, 2 de julio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 58

Paula se levantó del taburete y se acercó a Pedro para examinar el contenido de la bandeja que acababa de sacar del frigorífico. Respiró hondo y le rodeó la cintura para acercarse más a la bandeja. Pedro, el cocinero, había creado tres azucenas de fondant, el tallo central era de angélica glaseada verde.


–Azucenas para Beatríz. ¿Cómo no se me había ocurrido? –se preguntó Paula abrumada.


–Y el toque final son estas violetas glaseadas que hace que el dorado de las azucenas destaque más.


Los dos contemplaron la tarta en silencio durante unos instantes.


–Sabía que eras bueno, pero no sabía hasta qué punto.


Pedro lanzó una carcajada y luego sonrió.


–No sé por qué te sorprende tanto.


Pero lo que más le conmovió fue el brazo de él alrededor de sus hombros. Pedro era una fuerza de la naturaleza, intenso y tentador. Maldito catarro, hacía que se sintiera sentimental y llorica. Él había hecho una tarta mejor decorada que la que ella había pensado hacer. No le había pedido que la hiciera, la había hecho porque sí, porque había querido. Porque era un hombre tierno y atento. Iba a tener que esforzarse mucho para convencerse de que una aventura amorosa con Pedro era una idea terrible. Entre los dos se interponían obstáculos insuperables. Tenía que mantener la distancia con él para protegerse. Tenía que hacerlo. Paula se miró el reloj enfatizando el gesto y, despacio, se separó de él.


–¡Ayuda! Tengo que vestirme en cinco minutos si no queremos llegar tarde a la fiesta de Beatríz. Porque vas a venir conmigo, no te voy a dejar escapar después de todo el trabajo que has hecho.


Entonces, sin pensar, Paula se puso de puntillas y le plantó un beso en la mejilla.


–Gracias por una tarta divina. A Beatríz le va a encantar.


Pedro se la quedó mirando mientras ella salía de la cocina.


–De nada. Siempre a tu disposición.



–Residencia para mayores Laurel Court. Segunda calle a la izquierda. Un edificio de piedra grande con un comedor acristalado precioso. La merienda se va a servir dentro y, si el tiempo es bueno, la tarta se tomará en el jardín.


Al volante del coche, Pedro lanzó a Paula una rápida mirada.


–¿Vas a visitar a tu amiga con frecuencia? –preguntó.


–Suelo ir el primer domingo de cada mes. Pero la semana pasada me tocaba y no fui, con Sofía fuera tenía demasiado trabajo. Pero Beatríz sabe que voy hoy –Paula se miró el reloj y respiró hondo–. Espero no llegar tarde. Maldito resfriado. No me gusta llegar con retraso.


–No puedo evitar sentirme responsable de tu catarro; al fin y al cabo, fui yo quien te hizo acabar con mi madre en tu casa y ella te lo ha contagiado. Así que, si quieres echarle la culpa a alguien, échamela a mí.


–Tienes razón. ¿Por qué si no iba a permitir que condujeras mi maravillosa furgoneta? No se la dejo tocar a nadie, como tampoco dejo que nadie entre en mi cocina. De todos modos, te agradezco que conduzcas por mí.


Pedro cambió de postura en el asiento, aunque manteniendo los ojos fijos en el tráfico. Había echado atrás el asiento todo lo que había podido; sin embargo, las rodillas casi le llegaban al volante.

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