miércoles, 21 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 28

El niño sonreía y sonreía.


–Me encanta Maestro.


¿Cómo conocía el niño al caballo de Pedro?


–¿La dejas montar a Rocky? –que fue como si le hubiera dicho: «¿La dejas montar un caballo de hombre?».


–Hemos puesto pegamento en su silla –le contestó Pedro–. ¿Hay que poner también en la tuya?


–No –respondió Nicolás ofendidísimo–. Sé montar, ¿Verdad, Brenda?


Pedro se giró y vió a Brenda saliendo de la casa con un bebé en brazos y una niña pequeña aferrada a su pierna. Llevaba unos vaqueros andrajosos y una camiseta manchada. Tenía una melena larga a la que le hacía falta un buen lavado y, además, se la veía demacrada y casi esquelética. ¿Qué...?


–Le he dicho a Nicolás que no se acerque a tu casa, pero gracias por la comida. Nico, baja.


Algo iba muy mal y pensó que debería haber ido antes a ver cómo se encontraban. Estaba claro que darle un alquiler gratuito no era suficiente. Estaba pasando algo más. Y, entonces, mientras pensaba en todo ello, vió un coche negro con las ventanillas tintadas llegando a la propiedad. Los caballos retrocedieron sobresaltados. Se movió para mirar a Maestro, pero Paula estaba sujetando con firmeza a los dos caballos. Nicolás y Brenda habían palidecido. Dos tipos bajaron del coche; eran los típicos matones de las películas, aunque en lugar de llevar trajes, corbata y gafas negras, llevaban vaqueros y camiseta. El conductor los miró a Paula y a él.


–Estamos aquí por negocios. ¿Quieres llevarte a la pequeña dama a dar un paseo mientras hablamos con Brenda? –sonrió a los caballos–. Bonitos caballos.


–Brenda, ¿Quieres que nos quedemos? –preguntó Pedro.


–Yo... –Brenda miró a Pedro y a los hombres con claro temor.


–Nos quedamos –dijo Paula–. Brenda nos quiere aquí.


–¿Vas a vender un caballo para ayudar a pagar las deudas?


–¿Qué deudas? –preguntó Pedro.


–El maridito de Brenda pidió prestado mucho dinero –respondió el tipo apoyándose en el coche y cruzándose de brazos–. Se lo pidió a mi jefe. Mi jefe ha sido paciente, pero lo que nos ha estado pagando Brenda no es suficiente. Mi jefe pierde pasta y se mosquea.


–Adrián también me robó dinero a mí –dijo Pedro.


–Pues ponte a la cola –le contestó el tipo–. Primero que nos pague a nosotros.


–De donde no hay, no se puede sacar –apuntó Pedro, impasible, contundente–. El banco la ha declarado en bancarrota esta semana. Compra comida para los niños en el supermercado y eso es todo. Todo lo demás pasa por el banco. Mirenla... Está destrozada. Nadie va a sacar dinero de aquí. Mientras tanto, Adrián está tan tranquilo en Gold Coast. Puedo darles su dirección, si quieren.


–¿Sí? No podemos encontrarlo.


–La madre de su novia vino a mí llorando la semana pasada –le dijo Pedro mirando a Brenda–. La mujer acababa de enterarse de que sus ahorros para la jubilación habían desaparecido y ya no le quedaba mucho amor maternal. Pensó que me vendría bien cierta dirección, así que si les interesa...


–Nos interesa.


–Excelente –contestó Pedro señalando a Brenda–. Estoy empezando a sentirme mal por ella. Tres hijos... Y ella se muere de hambre. Les doy la dirección si la dejan tranquila, ¿Trato hecho?


–No...


–Yo también sé amenazar –dijo y de pronto dejó de ser Pedro para convertirse en un tipo que podía ser tan duro como esos–. Tengo media docena de hombres empleados en mi granja que saben muy bien cómo apañárselas.


¡Guau! Adoptó una actitud de «No se metan conmigo» y los tipos respondieron.


–No hace falta ponerse nervioso, tío –le contestó uno de ellos de pronto más apaciguado–. Parece razonable. Aunque si la dirección es falsa...

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