viernes, 2 de julio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 60

No había habido presunción ni arrogancia en esa versión de Pedro Alfonso, sino todo lo contrario. Y ella había podido ver un aspecto del hombre tras la máscara de famoso, y le había gustado lo que había visto. Le gustaba más de lo conveniente.


–Sí, he disfrutado –Paula sonrió de nuevo–. Supongo que el vino les ha afectado un poco. El vino y los colorantes artificiales de la gelatina y el helado son una mezcla mortal.


–¿Gelatina y helado? –repitió Pedro con incredulidad–. Eso explica por qué les ha gustado tanto la tarta. Es más, les ha gustado tanto que me han pedido que te dijera que la próxima vez que vayas les lleves otra tarta. Y más chocolate. El bizcocho de chocolate les ha encantado.


–¿Lo ves? Beatríz sabe mucho de repostería.


Pedro sacudió la cabeza.


–La última vez que estuve rodeado de tanta gente fue en un campeonato de repostería en París. Fue toda una batalla, pero sobreviví –entonces, Pedro hizo una pausa y se tocó el labio inferior–. Ahora que lo pienso, no es mala idea.


–¿Qué no es mala idea? –preguntó Paula.


–Los hoteles Alfonso creo que emplean a seis alumnos de repostería ya a punto de conseguir el título. No estaría mal montar un campeonato y dejar que esas damas y esos caballeros eligieran al ganador.


–¿Mala idea? ¡Es genial! Y a Beatríz le encantaría. Me parece perfecto. Hazlo. Aunque creo que una idea así se merece un favor.


Pedro lanzó un gruñido.


–¿Qué favor?


–La receta de tu tarta de chocolate, naturalmente. Ah, y también la del glaseado. Creo que es un intercambio justo. Además, no me gustaría decepcionar a la gente de la residencia después de haberme pedido que les lleve más tartas como esa. 


–Mmmm. No sé, no sé. Es una de mis especialidades. Creo que necesitaría algún incentivo más para divulgar mi receta – respondió Pedro con una voz ronca.


Y a Paula se le erizó la piel. Se atrevió a lanzarle una mirada de soslayo y, al instante, tuvo que calmar el ritmo de los latidos de su corazón y concentrarse en el tráfico en el momento en que se iba a adentrar en el callejón al que daba la parte posterior de su negocio. La adrenalina bombeó el ardor de una instantánea atracción que le corrió por las venas. Había llegado el momento. Si quería demostrarle a Pedro lo mucho que le atraía era ahora o nunca. ¿Se atrevería? ¿Podría entregarle el corazón y permitirle la entrada en su vida sin arrepentirse de ello? Pedro tomó la decisión por ella al rodear la furgoneta mientras ella apagaba el motor. Después, le abrió la puerta y le agarró ambas manos para ayudarla a salir del vehículo, sujetándola y apretándole el cuerpo contra el suyo.


–¿Cómo te encuentras? –preguntó él.


–Mejor. ¿Quieres entrar a tomar un café? –logró decir ella, a pesar de tener la garganta seca de repente–. Los pasteles son regalo de la casa.


Se vió recompensada con una sonrisa.


–Llevo el día entero esperando oír decir eso. Vamos.


De cara a la galería, siempre Paula la valiente, Paula la emprendedora, Paula la pastelera, nunca la mujer que tenía miedo de que le notaran lo asustadiza y vulnerable que era. Siempre había relegado a un segundo plano sus necesidades y deseos sexuales, a la espera de encontrar a un hombre que no la destrozara, a la espera de encontrar al hombre con quien compartir la cama.

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