lunes, 19 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 21

 -¿Puedo tomarme otro sándwich antes de volver a casa? –le preguntó el pequeño.


–Sí –respondió ella pensando que podía buscarse algún problema.


Era un niño necesitado, pero Pedro era su jefe y tenía que mostrarle deferencia. Sin embargo, ser deferente no iba con ella. Eso del jet lag era algo traicionero. De pronto se encontraba totalmente despierta y al momento se sentía como si fuera a quedarse dormida de pie. Cuando Nicolás se marchó, ella se metió en la cama y se despertó cuando el sol estaba ocultándose tras las montañas. Una extraña ave estaba graznando en los eucaliptos que tenía al otro lado de la ventana de su dormitorio. La brisa hacía que las descoloridas cortinas se sacudieran y se quedó tumbada en la cama pensando en el invierno que había dejado atrás en Manhattan y decidiendo que todo podía salir bien. Después pensó en Pedro Alfonso y supuso que tal vez no era así. Y no porque fuera un tipo arrogante, sino porque había algo en él... La verdad era que en él había muchas cosas. Había estado en la facultad con chicos invadidos por la testosterona y en las prácticas que había organizado su universidad en varios ranchos había conocido a hombres guapísimos, pero ninguno de ellos había despertado en ella tantas sensaciones como Pedro. Tenía que ser por el jet lag, se dijo. La falta de sueño y el cambio horario harían que cualquier mujer se sintiera susceptible ante la presencia de un tipo guapo como él. Era un arrogante. Era un machista. Y, además, no dejaba que Nicolás echara una mano con los caballos. Con esa idea en la cabeza, apartó las mantas. «Arrogante, machista y antipático». Si podía ceñirse a ese pensamiento durante seis meses, entonces podría hacer ese trabajo. Por favor... Se dirigió a la cocina. Él estaba cocinando. Salchichas. Otra vez. Genial. «Da las gracias de que esté cocinando algo», se dijo. Tratándose de ese tipo era un milagro que no le hubiera puesto un delantal en cuanto había entrado por la puerta. Pero salchichas...


–Tenía pollo para hacer un guiso –le dijo Pedro antes de que ella pudiera abrir la boca–, pero parece haber desaparecido, al igual que una pieza entera de rosbif, la tarta de manzana que compré ayer y la mitad de nuestras piezas de fruta semanales. Menudo tentempié te has tomado antes de meterte en la cama.


–Se lo he dado a Nicolás –dijo y vió que se quedaba paralizado.


–¿Qué te da derecho a...?


–Descuéntamelo del sueldo –alzó la barbilla y lo miró fijamente.


–No me animes.


–Parece que está muerto de hambre.


–No está muerto de hambre. Su madre recibe una pensión y yo no les cobro el alquiler, así que tienen suficiente para comida.


–Aun así, se muere de hambre.


–No es asunto mío –contestó como un estallido y ella se quedó quieta.


Lo miró fijamente y su corazón se endureció. Se trataba de un niño hambriento.


–Iré a comprobarlo –dijo como irritado–. Iré a hablar con Brenda.


–¿Cuándo?


–¿Por qué te importa esto?


–Porque el chico habría vendido su alma por un sándwich de mermelada. Pero aun así, ¿Sabes lo que me ha dicho cuando le he empaquetado la comida? «No puedo llevármelo si Pedro va a tener hambre». Ha estado observándote y cree que eres genial.


Paula pudo ver cómo el gesto de Pedro se paralizaba, vió que algo se removía detrás de esa adusta fachada.


–No les cobro el alquiler, ¿Qué más tengo que hacer?


–¿Preocuparte?


–Yo no me preocupo por nadie. Si quieres quedarte en esta granja, tienes que acostumbrarte a eso. Me ocupo de mis asuntos y espero que tú hagas lo mismo.


–¿Durante seis meses?


–Sí.


–No permitiré que un niño pase hambre.


Él se pasó una mano por el pelo.


–Yo tampoco. Gracias por darle el pollo.


–No hay necesidad de ser sarcástico.


–Lo creas o no, no estaba siéndolo –contestó y siguió con sus salchichas–. Estaba pensando que es mejor que le hayas ayudado tú y no yo. Si alguien tiene que hacerlo.


–Cualquiera de los dos tiene que hacerlo.


–De acuerdo. ¿Dos salchichas?


Ella miró las salchichas y pensó en la frugal cena que había tomado la noche anterior. Le rugía el estómago. Había sido un día largo y el siguiente lo sería aún más porque tendría que realizar un gran esfuerzo físico ocupándose de los caballos y, además, solucionar lo que iba a pasar con Nicolás... Y buscar el modo de que Pedro Alfonso empezara a preocuparse por los demás.


–Tres –respondió y se sentó a mirar cómo su machista y arrogante jefe le hacía la cena.

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