lunes, 12 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 6

 ¿Qué?


Quería volver a casa.


–¡Eres una chica grande! –se dijo bien alto para que lo que fuera que había en el tejado se hiciera una idea–. Tienes que entrar ahí, junto a Pedro Sexista Alfonso, encontrar algo de comer, dormir un poco y después dar con el modo de salir de este lío.


La lluvia había cesado un minuto, razón por la que había aprovechado y había salido corriendo hasta el baño, pero empezó de nuevo y el agua comenzó a colarse por debajo de la puerta.


–Quiero irme a casa –gimoteó y la cosa del tejado se quedó quieta, como escuchando.


Pero sin responder.


Estaba cocinando salchichas; ocho gordas salchichas de la mejor calidad. Preparó también puré de patatas y coció unos guisantes congelados como acompañamiento. Puso la mesa con dos cuchillos, dos tenedores, una botella de Ketchup y dos tazas. ¿Qué más podría querer un hombre? Una mujer tal vez querría más, pero no lo tendría. ¿Qué sabía él sobre lo que querría una mujer? ¿Una mujer que tenía que haber sido un hombre? Ella abrió la puerta y él se quedó bloqueado. Al llegar, vestía unos pantalones negros y una chaqueta de lana de diseño, unas botas rojas y llevaba el pelo recogido en un moño. Tenía toda la pinta de estar recién salida de Nueva York. Ahora, sin embargo... 


Él le había dejado una palangana y una jarra en su dormitorio y, obviamente, la chica había hecho uso de ellas. Se había aseado, las ondas rubias que le caían alrededor de la cara estaban húmedas y lucía un rostro resplandeciente y sin gota de maquillaje. Vestía unos vaqueros, un jersey extragrande y unos gruesos calcetines rosas. El currículum que había enviado decía que tenía veinticinco años, aunque en ese momento aparentaba dieciséis. Además, era guapa. Muy guapa. Y parecía... ¿Asustada? Daniel en el foso de los leones. O una mujer en Werrara. Era lo mismo, con la diferencia de que él no era un león. Aun así, la chica no podía quedarse allí.


–Siéntate y come algo –le dijo bruscamente intentando controlar su ira.


–Gracias –respondió al sentarse lo más alejada posible de él y con aspecto de asustada.


–¿Tres salchichas?


–Una.


Echó una salchicha en un plato descascarillado, añadió un montón de puré y otro montón de guisantes y le colocó el plato delante. Él se sirvió más, se sentó y empezó a comer. Paula miraba su plato.


–¿Qué?


–No he mentido –dijo ella con voz suave.


–Tengo los documentos –contestó él señalando la pila de papeles que había dejado sobre la mesa–. «Mi hijo». Eso indica que se trataba de un hombre.


–En ninguno de los e-mails que le envié dije que fuera un chico.


–No hacía falta que lo dijeras, yo ya lo sabía por la carta de tu padre y el visado. Decía «Mi hijo». Y también «Paulo», que es nombre de chico.


–Sí –respondió ella apartando el plato–. Sí que lo es.


–¿Entonces?


–Mi padre no se lleva bien con mi hermano mayor –estaba hablando con calma, con una voz extrañamente apagada–. Nunca he sabido por qué, pero ninguno de los dos puede hacer nada por arreglarlo. Tengo dos hermanas mayores y, cuando yo llegué, mi padre estaba desesperado por tener otro heredero varón además de Gonzalo. Estaba seguro de que yo sería ese hijo tan deseado y tenía planeado llamarme Paulo, como su padre, pero, claro, terminé llamándome Paula. Eso fue lo que rellenó en mi certificado de nacimiento. Tal vez había bebido un poco, tal vez fue solo un despiste, o tal vez fue la rabia por que yo no fuera lo que él había deseado, no sé cómo, pero el caso es que oficialmente soy Paulo. Mi familia me llama Paula, pero en temas oficiales tengo que usar el nombre que puso mi padre –ladeó la barbilla e intentó mirarlo–. Bueno, ¿Importa?

No hay comentarios:

Publicar un comentario