miércoles, 28 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 40

 –Cuando tu madre los abandonó, ¿Te ayudaron los caballos?


–Esto no trata de mí.


–No. Trata de un pequeño que necesita tu ayuda. ¿Te da miedo que dependa de tí como lo hizo Candela?


¡Vaya! ¿Cómo había llegado hasta ahí? Se suponía que era veterinaria, no psiquiatra.


–Esto no tiene nada que ver contigo y tienes que tener más cuidado. Volverás a los Estados Unidos y si estableces una relación con él, ¿Qué tendrá él?


–A tí.


–Acabas de decir que su madre se lo va a llevar a la ciudad.


–No es su madre.


–Razón de más para no implicarse. Necesita construir una relación con ella. No estarás sugiriendo que adopte al chico y lo deje vivir aquí, ¿Verdad?


–No, pero...


–Entonces lo mejor es poner barreras ahora mismo.


Hubo un silencio. Estaban tranquilamente sentados en la parte trasera del establo esperando a que la yegua pariera a su potrillo. Tal vez Paula había pensado que era buen momento para hablar de Nicolás, pero a él no se lo parecía tanto. No iba a acceder a nada y menos a ocuparse de un chico necesitado que podía autodestruirse fácilmente. No había logrado cambiar nada para Candela, ¿Qué creía ella que podía hacer con ese chico?


La yegua tuvo una última y enorme contracción y el potrillo cayó al heno. A diferencia del de Daisy, ese fue un parto rápido y sin peligro. Paula se aseguró de que la cría respiraba bien y dió un pasoatrás. Cuanta menos intervención humana hubiera mientras ellos se reunían, mejor. Una vez hecho el trabajo, salieron de la cuadra y se quedaron mirando a la yegua y a su cría desde el otro lado de la puerta del establo. Un diminuto potrillo aprendía a sostenerse en pie mientras su madre lo ayudaba con ternura. Pedro pensó que algo así nunca dejaba de resultar asombroso. Le encantaba esa parte del trabajo y tener a Paula a su lado le evitaba tensiones por saber que tenía a un veterinario a mano. La tendría durante cinco meses más y después encontraría ayuda, hombres que respetaran sus límites y no una chica que trabajaba como si fueran dos hombres y que intentaba que se responsabilizara de un niño.


–¿Está bien? –preguntó una temblorosa voz tras ellos. 


Era Nicolás, que se disponía a sacar a Daisy de paseo. Estaba lanzándole la pregunta a Paula, porque a Pedro lo único que le había lanzado era una mirada de respeto, una mirada esperanzada. Una mirada asustada. Eso hizo que Pedro se sintiera mal, pero no podía hacer nada al respecto. Sabía que él solo empeoraría las cosas.


–Paula puede presentarte a nuestro nuevo potrillo –dijo con brusquedad–. Yo tengo que trabajar.


–Y muy lejos –apuntó Paula secamente.


Él no se molestó en responder y los dejó allí, a los dos, admirando al nuevo potrillo. Se marchó hacia la zona donde estaba reparando la valla que, casualmente, se encontraba en el extremo más alejado de toda la propiedad. Paula no tenía derecho a pedirle más favores, porque Nicolás estaba bien, pero Brenda no era su madre y él mismo había podido ver la expresión del niño tras el abandono de su padre, como si estuviera aterrorizado, necesitado. ¿Aterrorizado de estar solo? No estaba solo. Tenía a Brenda y tenía a Paula, que estaba volcando su corazón donde no le correspondía. Pero ella volvería a los Estados Unidos. «Mantente al margen», se dijo. «Cíñete a los caballos y no te preocupes por nada». No podía preocuparse porque eso solo lo conduciría a una pesadilla.

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