miércoles, 28 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 38

Lo miró asombrada, como si nunca se hubiera esperado una pregunta tan personal, y no era de extrañar. Pero Pedro pensaba que no pasaría nada por relajar un poco la situación ya que, al fin y al cabo, después de dos semanas esas barreras seguían intactas.


–En nuestra familia somos cuatro hijos. Delfina y Gonzalo son mellizos, los mayores. Después está Victoria y luego yo. Deberíamos ser una gran familia feliz, pero mi padre siempre ha tenido sus favoritos. No hay nada que no haría por Victoria o por mí, pero cuando se trata de Delfina y Gonzalo... Es como si fingiera quererlos y no lo lograra. Gonzalo y él se llevan peleando desde que tengo uso de razón, y Delfina... Papá le grita y ella deja de comer. Lleva toda la vida luchando contra la anorexia. Todo ello ha creado una vida familiar estresante, pero no tanto como la tuya. ¿Cómo eran tus padres?


Después de haberle preguntado por su familia, ¿Podía ahora decirle que se metiera en sus asuntos y negarse a responder?


–Mi madre era soltera y algo voluble –le dijo decidiendo ceñirse a los hechos–. Cuando la abuela vivía estaba bien, pero cuando murió todo se derrumbó. Mi madre se marchó cuando yo tenía ocho años y Candela seis. El abuelo se refugió en la bebida y desde entonces nos valimos por nosotros mismos.


–¿Te dejaron al cuidado de Candela?


–Sí –respondió, aunque deseó no haberlo hecho.


–¡Oh! Y después ella enfermó. Eso hace que las disputas familiares de mi casa no sean nada.


–Sobrevivimos –pero entonces pensó «No. No sobrevivimos».


Candela había caído. Y ahora veía que Paula estaba sintiendo su dolor, pero no quería que esa mujer sintiera lástima por él.


–Así que nadie te enseñó a hacer otra cosa que no fueran salchichas –le dijo y él se quedó aliviado al pensar que no estaba comprendiendo la situación. Aunque tal vez, sí que lo había entendido todo, pero simplemente estaba respetando que él no quisiera tratar ese tema.


–Y también un poco de comida para enfermos –fue todo lo que llegó a decir al respecto y ella pareció captarlo.


–A lo mejor podríamos aprender.


–¿Cómo dices?


–Si voy a pasar aquí seis meses... En casa tenemos una asistenta maravillosa que es una joya cocinando. ¿Y si le escribo y le pido que nos envíe sus recetas favoritas? Si hago una cada dos noches, y tú haces lo mismo, podríamos divertirnos.


Diversión. Él estaba muy alejado de la diversión. Paula estaba sugiriéndole que utilizaran esa vieja y enorme cocina para lo que estaba hecha: Para cocinar. Para cocinar de verdad. Pensó en cuando su abuela vivía y en una cocina llena de calidez, de olor a asados y de amabilidad. «No vayas por ahí». Pero Paula estaba mirándolo expectante, como un cachorrillo ansioso.


–Hazlo tú.


–No, si tú no lo haces. Ni cocino ni mecanografío. Es mi mantra, a menos que esté trabajando para un tipo que esté preparado para cocinar y mecanografiar también.


–¿Crees que estos dedos aún pueden moverse sobre un teclado? –levantó una mano grande y ajada por el trabajo y ella sonrió.


–A lo mejor no, así que los dos pasaremos de mecanografiar. Pero para hacer una tarta de melocotón no se necesitan dedos delgados y largos.


–¿Tarta de melocotón?


–Es la favorita de María –le respondió con gesto desafiante. 


Cocinar. En esa cocina. ¿Con esa mujer? No. No sería con esa mujer porque cuando a él le tocara cocinar, ella estaría ocupándose de los establos y viceversa. ¿Diversión? Su mirada desafiante decía que podría serlo comer la tarta de melocotón de Paula y, tal vez, cuando le tocara estar en el establo podría darse prisa en terminar el trabajo y volver para verla cocinar. Un poco. ¿Y qué haría él a cambio? Tarta de melocotón, no. Miró la estantería que había junto al horno y que estaba repleta de libros de cocina. Se fijó en uno en particular, un viejo libro de ejercicios del colegio con recetas recortadas y escritas a mano. Su abuela había muerto cuando él tenía siete años, pero antes de que eso sucediera, ese libro de recetas estaba todos los días sobre la mesa.

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