miércoles, 21 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 26

 –¿Piensas darme lecciones? –le preguntó ella.


¿Qué? ¿Cómo...? ¿Cómo sabía lo que estaba pensando? Estaba delante de él y mirando hacia otro lado, ¡si ni siquiera le veía la cara! Pero podía leerle el pensamiento y esa era una idea de lo más desconcertante.


–Has pedido un caballo de ganado, te daré un caballo de ganado –le respondió con los dientes apretados y ella hizo un ademán con la mano sin, ni siquiera, mirarlo.


–Gracias. Pegaso, viejo amigo, lo siento, pero es hora de galopar un poco. ¿Te parece?


Y Pegaso pareció mostrarse de acuerdo.


No tenía más que pedir, pensó Pedro al verla moviéndose por el cercado delante de él. Una princesa de Manhattan que no tenía más que pedir y el mundo le daba lo que quería. Eran caballos jóvenes e impetuosos que se movían libremente por el enorme cercado donde los límites estaban tan alejados los unos de los otros que se podía uno situar en el centro y no ver ninguna valla. El terreno era salvaje y ondulante. Era un lugar mágico para un caballo, pero atraparlos y llevarlos hasta allí debía de ser todo un desafío.


Paula seguía sentada a lomos de Pegaso mientras Pedro se acercaba a los demás caballos y dejaba que estos, a su vez, se acercaran a él. Parecía una extensión de su caballo. Eso era lo que parecía. Delfina y Gonzalo, sus protectores hermanos mayores, habían investigado al hombre antes de que ella fuera allí. Pedro había dejado la granja cuando tenía diecisiete años y se había mudado a la ciudad para trabajar en el mundo de la tecnología. Había creado una empresa que, según su hermano, era competitiva a escala mundial. Ella no se había esperado encontrarlo allí en la granja o, en todo caso, encontrárselo en el papel de propietario y administrador. No se había esperado... Eso. Fuera donde fuera que hubiera estado en los últimos años, no había perdido su habilidad con los caballos y lo estaba comprobando en ese momento mientras lo veía a lomos de su caballo y sujetando la brida de otro para llevarlo hasta Paula. Si eso hubiera tenido que hacerlo ella, aún estaría galopando detrás del joven caballo para intentar engancharlo. ¿Tenía aptitudes para ese trabajo? No tenía las habilidades de ese hombre. Pedro llevó al joven caballo hasta ella, se bajó del suyo y enarcó una ceja.


–¿Quieres cambiar de caballo sin bajarte del tuyo?


Paula se sintió como una idiota y desmontó.


–Te presento a Rocky, nieto de Pegaso. Es muy vital y juguetón, ¿Seguro que podrás con él?


–Seguro.


Él entrelazó las manos para ayudarla a subir, pero ella negó con la cabeza. Rocky era grande para la media, pero ella no tenía ningún problema en subirse a la silla. Y en cuanto lo hizo, al instante, se sintió... Diferente. Rocky era un caballo fabuloso, joven y enérgico. Estaba en un lugar maravilloso, en un día espléndido con un caballo precioso y... y Pedro estaba mirándola y sonriendo.


–¿Crees que le tienes tomada la medida?


–Ya lo veremos –respondió pensando que sí.


–Recuerda que no sabe hacer una curva, se para y gira. Y no llevas cinturón de seguridad. Dale un paseo por el cercado, despacio, y ten cuidado con las conejeras.


–No necesito lecciones –le contestó sonriendo antes de hacerse con las riendas y tocar los resplandecientes flancos de Rocky–. Vamos.


De acuerdo, no era exactamente una princesa de Manhattan. Lo había dejado atónito con sus habilidades como veterinaria y ahora la veía montar y le parecía que era una extensión de Rocky. Chica y caballo se movían a la vez como si llevaran años trabajando y entrenando juntos.

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