lunes, 5 de julio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 61

Bien, esa tarde estaba decidida a olvidarse de sus precauciones y se volvió a Pedro. Deseaba a ese hombre maravilloso de pelo oscuro ondulado, ojos azules y un cuerpo que era una obra de arte. Quería sentir la sensual sensación de la barba incipiente en su piel y saber qué se sentía al ser el objeto de su adoración. Y quería seducirlo. Cierto que él la había visto sin maquillaje y el cabello revuelto, pero no tenía mal tipo y se depilaba las piernas de vez en cuando. No le daría asco. ¿Qué importancia tenía que fuera el hermano de Sean y que, con toda seguridad, le volvería a ver? Le gustaba. No, le gustaba mucho. Los dos eran adultos. ¿Qué podía pasar? Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Se iba a permitir el lujo de una vida, se iba a permitir pensar en sí misma y disfrutar al máximo. Paula entró en la cocina, encendió el estéreo y subió el volumen. El sonido de un saxofón les envolvió.


–Así que te gusta el jazz, ¿Eh?


Al volverse, vió a Pedro apoyado en el marco de la puerta, observándola mientras ella movía las caderas al ritmo de la música.


–¿Quieres bailar? –le preguntó él tendiéndole la mano–. Últimamente me he entrenado bastante.


Paula se dejó abrazar y él le pasó una mano por la estrecha cintura hasta dejarla reposando suavemente en su cadera. El instinto, más que la práctica, la hizo levantar los brazos y rodearle el cuello. La música y el aliento de Pedro en la frente la hicieron sentirse como en un sueño en el que sus cuerpos se movían en perfecta armonía. Sus labios esbozaron una temblorosa sonrisa cuando él deslizó las manos hacia abajo alisándole la seda del vestido. El roce del suave tejido y el calor de las manos de Rob cubriéndole las nalgas la hicieron contener la respiración. Entonces, Paula echó la cabeza hacia atrás y, con una risa muy femenina, lo miró a los ojos y le soltó el cuello para acariciarle los duros músculos del pecho. Los sonrientes ojos de Pedro estaban clavados en ella, llenos de promesas y de deseo. Y toda duda sobre si él la deseaba tanto como ella a él se disipó.


–Pedro, ¿te ha sobrado algo de glaseado de chocolate? Lo digo porque me pica justo aquí… –Paula se indicó la comisura de la boca–. ¿Crees que podrías lamerme ahí?


Pedro la estrechó en sus brazos con tanta rapidez que casi se cayeron. Dieron un paso atrás y ella acabó con la espalda pegada a la pared. Presa entre la pared y el duro cuerpo de él, Paula solo tuvo tiempo para tomar aliento antes de que los cálidos y sensuales labios de él aplastaran los suyos con un beso intenso. Pedro le mordisqueó el labio superior y oleadas de placer la sacudieron mientras un húmedo ardor le corría por el cuerpo. El placer que le produjo la barba incipiente de él al rozarle la garganta le resultó casi insoportable.


–Quería hacer esto desde el momento en que te ví en la galería.


En cuestión de un minuto esa boca estaría en sus pechos y perdería totalmente la capacidad de pensar. El vestido de seda ya estaba hecho un desastre, pero aún tuvo la presencia de ánimo para darse cuenta de que quedarse desnuda ahí podía no ser una buena idea.


–Podría contagiarte el catarro –susurró Paula parpadeando mientras él seguía besándole la garganta.


–¿Cómo te encuentras ahora? Tienes mejor color.


–Me encuentro mucho mejor. ¿Y tú? Repito que podría contagiarte.


–Correré ese riesgo. Mi madre ya me lo pasó, tan generosa como siempre –murmuró él.


A Paula se le secó la garganta. Debería estar avergonzada. Pero eso era lo que quería, ¿No?


–Ah, ya.


–Eh, ¿Por qué te preocupas tanto? Se supone que esto es una diversión.

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