lunes, 19 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 22

Él intentó centrarse en cocinar, aunque las salchichas no eran un plato que requiriera mucha atención. Tras él, Paula lo observaba. Podía sentir cómo aumentaba la tensión. ¿Estaría allí seis meses? Pues entonces tendría que aprender cuáles eran las normas. Por mucho que la hubiera contratado como empleada, no permitiría que se entrometiera en su vida. Él era un solitario y pretendía seguir siéndolo. Pero ella estaba colándose en su cabeza. Y también Nicolás. Pensó en el niño, en cómo se había comido los sándwiches como si no lo hubieran alimentado en una semana y se sintió mal. No le importaba, pero...


–Iré a hablar con ella por la mañana –dijo, y Paula sonrió.


–¿Puedo ir yo también?


–Hay que vigilar a Daisy y a las demás yeguas embarazadas.


–Ninguna de las yeguas del cercado parece estar a punto de dar a luz y, además, ¿Cuánto nos llevará visitar a Nicolás?


«Nos». Esa palabra quedó pendiendo en el aire.


–Tengo trabajo para tí –le dijo él bruscamente.


–Mañana estaré de baja y con el sueldo intacto –alzó la mano donde le habían salido las llagas–. Baja laboral. El jefe es el responsable. Leí la legislación laboral australiana antes de venir.


–¿Ya estás pensando en denunciarme?


–No –respondió mientras empezaba a partir sus salchichas–. Solo quiero acompañarte a ir a ver a Nicolás. Es un gran chico y he estado pensando... Podrías pagarle por ejercitar a Sancha el mes que viene. Solo un poco, pero lo suficiente para ayudarlos con la comida. Podría llevarla a dar algún paseo por aquí mientras la potrilla juguetea. A tí te ahorrará mucho tiempo y a él le encantará el trabajo.


–Para eso es para lo que te he contratado a tí.


–A mí puedes darme trabajos más complicados con los caballos, o incluso puedo trabajar en la casa. La barandilla de tu porche está a punto de derrumbarse y tienes los marcos de las ventanas podridos. Si me das madera en condiciones, puedo arreglarlo.


–¿Tú?


Ella enarcó una ceja.


–Sí –respondió–. Tal vez me paso de la raya si hago alguna observación sobre mi jefe, pero creo que tienes algún problema con los sexos. Parece que no te importa lo de cocinar, pero en cuanto al resto... Si hubieras contratado a un chico y se hubiera ofrecido a arreglar la barandilla, ¿Qué le hubieras dicho?


–Tienes veinticinco años y vienes de Manhattan. ¿Esperas que me crea que sabes de bricolaje?


–Y también sé desmontar motores. Y bebo cerveza. Mi padre me enseñó muy bien. Por cierto... –levantó su vaso de agua como con desdén.


Él la miró con incredulidad y ella le devolvió la mirada. Sacó una botella de cerveza de la nevera y se la pasó. Paula enarcó una ceja, le quitó la chapa con la esquina de la destartalada mesa y se bebió un cuarto del contenido de un trago. Pedro no pudo evitar sonreír. Y ella tampoco.


–¿Estás segura de que tu padre no tenía razón y de que no eres un chico? –le preguntó y ella se rio produciendo un sonido que a Pedro le encantó. 


Un sonido increíble que llenó la vieja cocina de una calidez que hacía años que no tenía. O, mejor dicho, que no había tenido nunca. No podía dejarse llevar por la risa de una mujer. Ella estaba bebiendo cerveza. Estaba sonriendo. Comieron y cuando él terminó, empezó a recoger.


–Vete a la cama –farfulló–. Aún estarás afectada por el jet lag. Yo fregaré los platos después de ir a ver cómo están los caballos.


–No –le contestó mientras recogía sus cosas–. Los dos fregaremos los platos y los dos iremos a ver cómo están los caballos.


–No hace falta.


–Soy veterinaria y Daisy es mi paciente.


–Tú misma –respondió con más brusquedad de la que pretendía, pero ella sonrió como si él le hubiera dicho que quería que lo acompañara.


¿Por qué debería sonreír si le había dicho eso? La situación se le hacía demasiado dura, no se sentía cómodo ni seguro a su lado. Agarró el sombrero y salió a la noche dejando atrás a Paula para que lo siguiera si quería. Le daba igual si lo hacía o no. Mentiroso.

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