miércoles, 21 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 30

 Estaba pidiéndole permiso para preocuparse por alguien por quien él se tenía que haber preocupado. «No necesitamos a Pedro». Lo estaban dejando al margen. Eso era lo que quería, ¿Verdad? Miró a Nicolás, que intentaba entender lo que estaba pasando. También miró a Paula, que estaba mirándolo con disimulo, y pudo sentir su rabia. Había protegido a Brenda de los cobradores de deudas, le daba un alquiler gratuito, pero estaba claro que ella esperaba más de él y que estaba furiosa porque no estaba dándoselo. ¿Qué derecho tenía ella a enfadarse? Ninguno. Todos estaban esperando su respuesta, que le dijera a Paula que podía tomarse un rato libre para darle a Brenda la ayuda que él debería haberle ofrecido.


–No –respondió y fue como si otra persona estuviera hablando, no el Pedro que conocía–. Brenda ya ha tenido suficientes deudas, no quiere más.


–En ningún momento le he pedido que me lo devuelva –contestó Paula acaloradamente, pero Pedro la silenció con la mirada.


–Voy a ofrecerle un trabajo a Nicolás –dijo mirando directamente a Brenda y obviando a Paula–. Una de mis yeguas acaba de tener una potrilla mediante cesárea. No puede correr, pero su potrilla necesita libertad, y eso significa que alguien tiene que sacarla a pasear una hora durante al menos las próximas seis semanas. Nicolás, si haces eso por mí, dos veces al día los fines de semana y una vez al día los días de colegio, te pagaré por adelantado llevándoos a todos de compras mañana. Les compraré ropa, comida que les cubra hasta el siguiente día de pensión y también les pagaré las facturas del combustible. ¿Necesitas alguna otra cosa, Brenda?


Brenda se quedó sin habla y lo mismo le pasó a Paula mientras Nicolás lo miraba con los ojos como platos.


–¿Voy a trabajar para pagar nuestra comida?


–Eso es –contestó Pedro.


–¿Sacando a pasear a Daisy?


–Si te parece bien, sí.


–¡Sí! –respondió Nicolás tan apresuradamente que todos se echaron a reír.


O, al menos, las dos mujeres fueron las que se rieron porque Pedro se limitó a mirarlas, pensativo. Paula llevaba allí dos días. Cuando llevara más tiempo... Cuando llevara más tiempo... no quería pensar en eso.



Volvieron a Werrara y Nicolás llegó media hora más tarde preparado para hacerse cargo de sus obligaciones. Paula fue con él para ejercitar a la yegua mientras Pedro se dirigía al cercado para reparar las vallas. El sonido se expandía por el valle y por eso pudo oírlos hablar como viejos amigos. «Son dos niños», pensó. Pero no lo eran porque Paula era una mujer hecha y derecha. Al menos, en años, porque en realidad seguía siendo una niña. No tenía ni idea de lo mucho que dolía involucrarse en algo emocionalmente. No lo sabía y él tampoco se lo diría. Trabajó hasta el anochecer y cuando volvió a la casa encontró una breve nota sobre la mesa de la cocina. Jet lag. "Mi cabeza aún está en algún punto de Hawái. Me he tomado un huevo con una tostada y me he ido a la cama".


Pensó que debería haber vuelto antes, pero después se corrigió; mejor así. Era como volver a la normalidad. De hecho, tal vez deberían comer y cenar por separado. Comió solo, él siempre comía solo, pero en esa ocasión la sensación fue distinta. Desoladora. Salió al aire de la noche para ir a ver cómo se encontraban las yeguas antes de meterse en la cama y, mientras se dirigía hacia allí, iba pensando que había regresado a la granja en busca de algo de paz, pero que además de encontrarla, había encontrado una alegre veterinaria estadounidense que metía las narices en los asuntos de los demás y que jugueteaba con su equilibrio mental. «Tú nunca has tenido ningún tipo de equilibrio», se dijo. Debía de estar por alguna parte. Solo tenía que encontrarlo.

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