viernes, 16 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 16

Él no estaba en la cocina, pero le había dejado una nota:


"Lo siento, pero tendrás que seguir utilizando el baño exterior esta mañana. El arreglo de fontanería estará listo esta noche. Sírvete el desayuno y vuelve a dormir. Te lo mereces. Estoy trabajando en el cercado trasero, pero voy a ver a Daisy y a su potrilla cada un par de horas. Parecen estar genial. Gracias".


En esa nota no tenía nada por lo que emocionarse, nada por lo que esa alegría que la invadía le produjera... cosquilleos. Pero lo hacía. ¿Debería volver a la cama? Había creído que quería dormir hasta el lunes, pero se equivocaba. Dos tostadas y dos tazas de café cargado después (por cierto, ese era un plus; Pedro sabía lo que era un café decente), salió en dirección a los establos. Conforme a lo prometido, Daisy y su potrilla estaban fabulosas. La yegua era de un intenso color rojizo con las crines y las patas blancas y su potrilla era su viva imagen. Parecían muy alegres y Daisy no se quejó mientras ella le hizo un reconocimiento.


–Las llevaré a dar un pequeño paseo esta tarde por el cercado – le prometió–. Por ahora no puedes hacer ejercicio, pero tu bebé lo necesita.


¿Dónde estaba Pedro? Además del ruido que estaban haciendo los fontaneros, Paula también pudo oír el sonido de una sierra eléctrica. ¿Estaba trabajando? Bueno, lo dejaría tranquilo... ¡Sí, ya, ni ella se lo creía! Se dirigió hacia el sonido siguiendo el arroyo que se extendía por debajo de la casa. Era una propiedad de lo más asombrosa. El terreno había sido desmontado convenientemente y eucaliptos rojos salpicaban el paisaje donde unas cuantas reses pastaban tranquilamente bajo los árboles. Estarían acostumbradas a mantener la hierba corta, una necesidad con esos prados tan exuberantes. El terreno se ondulaba suavemente frente al magnífico telón de fondo formado por las cumbres de las Nevadas. La lluvia de la noche anterior lo había limpiado todo y las aves del lugar parecían estar graznando encantadas. Las Tierras Altas australianas. En Internet había visto que era un lugar precioso y, en esa ocasión, la Web no había mentido. Bordeó un recodo del riachuelo y vió algo más bonito todavía. Pedro. Con el torso desnudo y a punto de cortar unos leños. Se detuvo, impactada y casi sin aliento. Nunca había visto un cuerpo tan... esbelto y fibroso. Si fuera otra clase de chica se habría permitido un desvanecimiento de lo más virginal, pensó mientras luchaba porrecobrar el sentido. Él alzó la cabeza y, al verla, se quedó quieto.


–Deberías estar durmiendo.


–He venido aquí a trabajar.


–Ahora mismo no hay más yeguas dando a luz.


–Gracias a Dios –respondió con una tímida sonrisa.


Paula miró a su alrededor y vió una pila de leños cortados en un remolque y otro montón no apilado de leña a su lado. Levantó un leño y lo echó al remolque.


–No puedes hacer eso.


Colocó otros dos más.


–¿Por qué no?


–No es tu...


–¿Trabajo? Sí que lo es. El acuerdo era que trabajaría como veterinaria y como mozo para trabajos en general.


–Mozo –repitió él con algo parecido a la aversión.


–¿Tenemos que volver al tema?


–No, pero...


–Pues entonces ya está –dijo ella, y sonrió mientras seguía cargando leños.


¿Cómo iba a trabajar un hombre con una mujer así a su lado? Había usado el remolque para sacar un árbol seco del riachuelo que, una vez cortado, le había proporcionado un año de leña, pero ya apenas quedaba y era necesario cortar más. Pero no con Paula. Ella no conocía las reglas, estaba cargando leños como si fuera su colega, en lugar de... ¿En lugar de qué? Estaba siendo un machista. ¿Es que no había aprendido la lección la noche anterior? Pero los leños pesaban demasiado para una mujer, sus manos... Por otro lado, ella no quería que la trataran como a una mujer, se recordó.

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