viernes, 9 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 1

Había fracasado. Pedro Alfonso estaba junto a la tumba de su hermana asumiendo cómo había roto la promesa que le había hecho a su madre. «Cuida de tu hermana». Tenía ocho años cuando su madre se había ido. Candela tenía seis. Lo que siguió a aquello fue una dura y lúgubre infancia, matándose a estudiar a la vez que obedecía las exigencias de su abuelo para ayudarlo con la granja y cuidaba de su hermana en los ratos que le quedaban libres. Finalmente había logrado escapar de la tiranía de su abuelo gracias a lo que ganaba trabajando y había levantado una empresa partiendo de la nada; no había tenido elección en su búsqueda desesperada de ingresos para darle a Sophie los cuidados profesionales que tanto necesitaba. Pero no había funcionado. Aunque había ganado dinero, la asistencia había llegado demasiado tarde y durante todo ese tiempo había observado la autodestrucción de su hermana. La trabajadora social de Candela había asistido al funeral. Qué amable por su parte. Su presencia había significado que, en total, habían asistido tres personas. Lo había mirado a la cara, con esa adusta expresión, y había intentado calmar su dolor.


–No ha sido culpa tuya, Pedro. Tu madre le hizo daño a tu hermana cuando se marchó, pero la responsabilidad final era de Candela.


Sin embargo, él miraba la tumba y sabía que se equivocaba. Candela estaba muerta y la responsabilidad final era suya. Él no había sido suficiente. ¿Y ahora qué? ¿Volver a Sídney, a su empresa de tecnología, a su fortuna, la misma que no le había comprado nada? Mientras miraba las rosas empapadas de lluvia que había depositado sobre la tumba de su hermana, lo asaltó un recuerdo. Candela en la granja de su abuelo, en una de las ocasiones en las que el hombre había estado tan borracho que no habían tenido miedo de él. Ella estaba en lo que quedaba del rosal de su abuela metiendo rosas entre las páginas de sus cuentos. «Así las guardaremos para siempre». De pronto se encontró pensando en los caballos que hacía años que no veía, los caballos de su abuelo, sus amigos de la infancia, que solo habían pedido comida, cobijo y ejercicio. Cuando había estado con los caballos, había sido casi feliz. Ahora la granja era suya. Su abuelo había muerto un año antes, pero las exigencias de la cada vez más grave enfermedad de Candela implicaron que no hubiera tenido tiempo para ir allí. Supuso que estaría totalmente en decadencia. Incluso el breve contacto que había tenido con el gestor que su abuelo había contratado hacía que pensara que ese hombre no debía de ser muy honrado, pero la línea de sangre de los caballos de su abuelo debía de seguir intacta, ya que aún quedaban restos de la asombrosa reputación de la granja. ¿Podría recuperar su antigua gloria? Volvió a mirar la tumba empapada de agua. Si fuera su abuelo, golpearía algo. A alguien. Pero no era su abuelo. No quería volver a Sídney, junto a unos empleados que lo trataban como él los trataba a ellos, con distante cortesía. La empresa marcharía bien sin él. Se levantó y se quedó mirando la tumba un largo rato. ¿Qué iba a hacer? Podía volver a la granja, aún sabía sobre caballos. Pero ¿sabía lo suficiente? ¿Importaba? Tal vez no. Decisión tomada. Tal vez debía intentarlo, o tal vez no, pero lo haría solo y no le importaría. Candela estaba muerta y a él ya nada le importaba.

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