viernes, 23 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 33

Porque la había hecho sonreír a ella. Era una tontería pensar eso, la primera regla en un trabajo era no enamorarse del jefe. Pero no estaba enamorándose. ¿Cómo iba a enamorarse? Por otro lado, la transformación de un hombre oscuro y enigmático en un tipo que se preocupaba por los demás... Eso sí que era una transformación y estaba removiendo algo en su interior.


–No me gusta que se queden aquí solos –le dijo a Brenda cuando llegaron a su casa y ella se preguntó si iría a ofrecerse a dejarlos quedarse en la casa grande.


¿Cuántas salchichas tendría que cocinar entonces?


–¿Te gustaría que Paula se quedara a dormir con ustedes?


Ella no dijo nada. No podía, se quedó paralizada.


–Estamos bien –respondió Brenda–. Necesitas a Paula en la granja por si las yeguas se ponen de parto.


«Sí, genial», pensó Paula lanzándole a Pedro una mirada que podría haberlo dejado congelado.


–¿Tienes padres? –preguntó Pedro mirándola por encima como si ella no formara parte de la conversación.


–Solo una hermana –respondió Brenda.


–¿Te gustaría ir a verla? ¿Dónde está?


–Me gustaría, pero está en Brisbane. Costaría una fortuna trasladarse allí.


–Tal vez pueda ayudarte.


«Vamos allá», pensó Paula denodadamente. «Paga para quitarte el problema de encima».


–No –dijo Nicolás como muerto de miedo–. No podemos marcharnos de la granja.


–Tu padre era el único que quería la granja –le contestó Brenda– , pero tienes razón. No podemos marcharnos todavía. Nicolás tiene que devolverte nuestra deuda.


El chico se calmó, aunque aún parecía algo inquieto y Paula aprovechó para decir:


–No pueden mudarse. Nos encanta tenerlos aquí y nos encanta que Nicolás ayude con los caballos –estaba sonriendo al niño, intentando mejorar las cosas, pero de pronto las cosas habían cambiado.


La expresión de Pedro era adusta.


–¿No es verdad, Pedro? –interpuso sabiendo que estaba yendo demasiado lejos, aunque sin poder evitarlo.


–Claro –respondió él tenso, pero forzando una sonrisa.


Nicolás volvió a mostrarse contento, pero Paula supo que ella se había metido en un buen lío. Una vez Brenda y los niños se habían bajado del todoterreno al llegar a su casa, ellos volvieron a Werrara y en el coche Pedro seguía muy serio. Pensó en ignorarlo, pero ¿Cuándo había hecho eso en su vida? Se había pasado la infancia viviendo en una familia con problemas e intentando solucionar las cosas entre ellos, así que ¿Por qué iba a parar ahora?


–¿Qué pasa?


–Olvídalo, Paula. Ya te has salido con la tuya.


–¿Salirme con la mía es ayudar a Brenda?


–Sí.


–Entonces, ¿No habrías hecho nada? –respiró hondo, sentía cómo estaban invadiéndola la ira y la rabia. Era la misma rabia que sentía cuando su padre era injusto con sus dos hijos mayores, ignoraba a Gonzalo o le decía algo brusco a Delfina. Era la impotencia que había sentido en la niñez cuando su padre no había querido hacer lo que era justo. Pero en ese momento esa rabia, esa impotencia, iban dirigidas directamente a Pedro–. Bueno, lo cierto es que no habías hecho nada hasta que te he puesto en el compromiso de hacerlo. ¿Cuánto tiempo llevaba Brenda pasándolo tan mal? Es tu vecina. Puede que viva en Manhattan, pero incluso nosotros sabemos lo que le pasa a la gente que vive en el piso de al lado.


–De acuerdo, debería haberme asegurado de que estaban bien –dijo cerrando la puerta del todoterreno con una fuerza que podría haberla hecho salirse de las bisagras–. Estoy de acuerdo. ¿Satisfecha?

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