lunes, 5 de julio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 64

Paula, sorprendida, tiró de la mano de Pedro hasta hacerle sentarse en la cama, a su lado.


–No, Pedro, eso no es verdad. Me dí cuenta de lo infelices que eran mis padres cuando empecé a ir a casa de mis amigas y veía que sus padres sonreían, reían y se acariciaban; al parecer, eso era lo que hacía una familia normal. Los padres normales abrazaban y hablaban con sus hijos, pero mis padres no. No puedes imaginar lo fríos que eran.


Paula respiró hondo y prosiguió.


–Decidí hacer felices a mis padres de la única forma que se me ocurrió: Ser la hija perfecta, la hija que es la primera de la clase, la hija que es capitana del equipo de baloncesto; en resumen, una hija destinada al éxito. Estudié dirección de empresas para poder trabajar en el banco de inversiones de mi padre y para que así pudiera enorgullecerse de mí.


Paula se interrumpió un instante, evocando el pasado.


–Eso es lo que hice, Pedro. Me vestía impecablemente, mis modales eran impecables. Todo lo que hacía estaba orientado a integrarme en el negocio familiar. Llegué a creer que si dejaba de ser perfecta, si dejaba de trabajar día y noche, mi padre me repudiaría, dejaría de quererme y mi vida se vendría abajo.


–¿Qué clase de vida llevabas?


–La verdad es que eso no era vida. Me levantaba por las mañanas temprano, me iba con mi padre al banco, siempre sonriente, mientras él leía el periódico y me ignoraba; después, cuando llegaba al trabajo, me iba a vomitar porque no soportaba ese trabajo. Entonces me iba a la sala de reuniones y, bajo la mirada atenta y silenciosa de mi padre, hacía presentaciones delante de gente que ganaba inmensas cantidades de dinero que empleaban para ganar más dinero. Me sentía muerta por dentro y nadie se daba cuenta.


–¿Qué pasó? ¿Cómo lo dejaste?


–Ocurrieron dos cosas en veinticuatro horas que cambiaron mi vida. De la noche a la mañana pasé de ser prometedora ejecutiva en un banco de inversiones a estar en el paro y sola. Resultó que no era tan perfecta como creían. Ni siquiera era quien creían que era. La razón por la que mi padre nunca se sintió satisfecho de mí fue que mi vida se basaba en una prolongada mentira.


Pedro respiró hondo, pero permaneció silencioso, a la espera de que ella acabara.


–Mi padre tuvo una pequeña embolia a los cincuenta y ocho años. Una mañana no se encontraba bien y fue al médico de la compañía. Tenía que tomar un vuelo a Roma a las pocas horas, pero el médico, al verle, quiso llamar a una ambulancia para que lo llevaran al hospital. Sin embargo, mi padre se negó, alegando que era un simple dolor de cabeza. Muy cabezota.


Paula sonrió, soltó una mano de la de Pedro para acariciarle el rostro.


–Yo le supliqué que no tomara el vuelo y que fuera al hospital, pero él me miró fijamente y dijo: «No. Yo soy así y hago lo que hago. Los hospitales son para los débiles».


Entonces, Paula se encogió de hombros.


–Dos horas más tarde se derrumbó en el aeropuerto antes de tomar el avión. Me acuerdo que fui corriendo al hospital, aterrorizada. Pero cuando llegué allí, lo primero que ví fue a una desconocida muy guapa llorando y completamente angustiada con los brazos alrededor de mi padre. Él le sonreía, la abrazaba y trataba de calmarla. A mí, la última vez que me había tocado, me había estrechado la mano el día que me licencié. Ni siquiera me acordaba de cuándo había sonreído mi padre.


La expresión de Pedro era de perplejidad y ella asintió.


–Sí, así es. Mi madre llegó unos minutos más tarde y se descubrió todo. Esa mujer y mi padre llevaban treinta años juntos, esa mujer era su verdadero amor, la conocía desde antes de conocer a mi madre y se casó con mi madre porque ella tenía dinero y contactos que podían ayudarlo a subir a lo más alto en su carrera profesional. Y así es como mi vida de entonces se vino abajo.


Paula bajó la mirada, la clavó en el tatuaje del brazo de Pedro y acarició las líneas con las yemas de los dedos.

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