viernes, 9 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 2

Paula Chaves tenía dudas, serias dudas. Sobre el papel, el viaje había sonado bien. De Manhattan a Los Ángeles. De Los Ángeles a Sídney. De Sídney a Albury. De Albury a Werrara. Sí, bueno, tal vez no sonaba tan bien, pero lo había leído deprisa y no había pensado en ello. Unas cuantas horas antes de llegar a Sídney estaba cansada. Ahora, después de tres horas conduciendo bajo una violenta lluvia, estaba hecha polvo. Quería un largo baño caliente, un largo e intenso sueño y nada más. Seguro que Pedro Alfonso no esperaba que empezara a trabajar hasta el lunes. Y, por cierto, ¿Dónde estaba ese sitio? El niño que había visto en la carretera le había dicho que estaba justo al otro lado de la curva. El chico estaba esquelético, desnutrido, parecía abandonado y, al mirarlo, sus dudas se habían magnificado. Había esperado encontrarse un barrio rico de caballerizas generando mucho dinero, pero ese chico parecía un indigente. La granja Werrara debía de ser mejor, seguro que lo era. Sus caballos eran conocidos en todo el mundo. La página web mostraba una gran hacienda en el exuberante corazón de las Montañas Nevadas de Australia y por ello se había imaginado enormes dormitorios, elegantes muebles, un trabajo que sus amigos envidiarían.


–«Werrara» –leyó el cartel. Giró hacia el camino de entrada y pisó el freno.


«Oh, oh».


Fue todo lo que pudo pensar.


«Oh, oh».


La página Web mostraba una fotografía histórica de una fabulosa hacienda construida el siglo anterior; tal vez por entonces era fabulosa, pero ya no. Hacía años que nadie la pintaba, que no arreglaban el tejado, que no habían reparado las columnas del porche, que no habían hecho más que colocar tablones sobre las ventanas según se habían ido rompiendo. Parecía total y absolutamente abandonada y en ruinas. La casita de la que había salido el niño parecía estar mal, pero esa estaba aún peor. Había luz en alguna parte de la zona trasera y un todoterreno negro estacionado a un lado. Exceptuando eso, no había más señales de vida. Estaba lloviendo y se encontraba tan cansada que no veía con claridad. El pueblo más cercano lo había dejado cincuenta kilómetros atrás y no estaba segura del todo de que Wombat Siding fuera lo suficientemente grande como para albergar un hotel. Miró la casa horrorizada y después apoyó la cabeza sobre el volante. No lloraría. Un golpe en la ventanilla la hizo sobresaltarse. Dios mío... Tenía que calmarse. Ya. «Tú puedes con esto, Pau Chaves», se dijo. «Le has dicho a todo el mundo en casa que eres fuerte, así que demuéstralo. No eres esa niña mimada que todo el mundo cree». Pero eso era... era... Sonó otro golpe. Levantó la cabeza y miró. La figura del otro lado de la ventanilla se alzaba sobre el coche como un gran espectro negro. Grande y empapada, estaba bloqueando toda la puerta. Chilló. Farfulló. Y entonces la figura dio un paso atrás apartándose de la ventanilla y dejando pasar la luz. Era un hombre. Un hombre grande con aspecto de guerrero. Llevaba un enorme chubasquero negro y unas amplias botas. Su rostro era oscuro y su grueso cabello negro caía empapado sobre su frente. Tenía la piel ajada, una incipiente y gruesa barba y unos ojos oscuros amenazadores y penetrantes. Estaba esperando a que abriera la puerta del coche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario