viernes, 2 de julio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 56

 –No me refería a que tú hayas venido, sino a lo que yo he hecho. He puesto la alarma en el horno para la tarta, pero me he quedado dormida.


A Paula le temblaron los labios antes de indicar la cocina con la mano.


–He quemado el bizcocho de la tarta. No sé qué voy a hacer… Me siento fatal, me duele la cabeza…


Entonces, Paula se medio dejó caer y se derrumbó en la silla más cercana, cerrando los ojos y dejando caer la cabeza sobre el brazo que había estirado sobre la mesa. Pedro entró inmediatamente en el café, cerró la puerta y se inclinó sobre ella para oír lo que decía:


–He pillado la gripe de tu madre. Estoy algo mareada. Necesito dormir un poco.


–No, de eso nada, Paula –respondió él rápidamente al tiempo que le ponía las manos en las axilas para incorporarla en el asiento–. Despierta. Vamos. Tienes que acostarte en la cama y dormir un poco.


Paula sacudió ligeramente la cabeza e hizo una mueca de dolor.


–La tarta. Mónica. Tengo que llamarla para que haga la tarta –entonces, Paula parpadeó–. Espera. El glaseado. A Mónica se le da muy mal el glaseado y tengo que hacerlo yo.


–No te preocupes por la tarta, yo me encargaré de eso mientras tú descansas media hora.


Paula le sonrió.


–No sabes cuánto te lo agradezco.


Fue entonces cuando Paula vió la bolsa del hotel Alfonso que él había dejado encima de la mesa.


–¿Qué llevas en esa bolsa?


–Bizcochos amaretto.


–¿Para mí? Gracias otra vez.




La luz del sol se filtraba por las persianas de los ventanales del estudio cuando Paula se atrevió a entreabrir los ojos. Tenía la cabeza abotargada todavía y la garganta fatal, pero podía moverse sin sentirse mareada, lo que era todo un logro. De repente, se dió cuenta de que no recordaba cómo había subido las escaleras hasta la buhardilla y tampoco recordaba haberse metido debajo del edredón. Fue entonces cuando imágenes de uno de los más famosos cocineros del mundo asaltaron su mente. Lanzó un gruñido y cerró los ojos. ¡Oh, no! La última persona en el mundo que quería que la viera con aspecto de extra en una película de terror había aparecido justo en el momento que no debía haberlo hecho. Debía haber salido corriendo despavorido. Se llevó la mano a la frente, volvió a cerrar los ojos y trató de imaginar el aspecto que debía haber presentado tras el fallido intento de hacer la tarta de Beatríz. ¡La tarta! ¡Tenía que hacer la tarta! Se incorporó, puso los pies en el suelo y se miró el reloj. Se quedó horrorizada. ¡Llevaba horas durmiendo! No le iba a dar tiempo a decorar la tarta para la fiesta de cumpleaños. ¿Qué iba a hacer? Examinar el congelador. Tenía tartas en el congelador. Si se daba prisa, quizá le diera tiempo a descongelar un par de ellas, preparar rápidamente una mezcla con las que cubrirlas y adornarlas con lo que pudiera encontrar. Y, por supuesto, olvidarse de la última capa que había pensado hacer. No disponía de mucho tiempo, pero si se ponía a trabajar ya quizá consiguiera realizar un trabajo aceptable.

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