miércoles, 14 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 11

 –¿De verdad eres veterinaria? –le preguntó y ella, muy tensa, se soltó de él.


–¿Importa?


–Sí. Tengo una yegua con distocia. Lleva de parto casi una hora y no ha pasado nada. No puedo ver bien la posición del feto, hay pezuñas por todas partes. Voy a perderla.


–Mi maletín está en el coche. Ve a por él y dime dónde está la yegua.


Era mona, rubia y mujer. Llevaba una bata rosa de lanilla. Era veterinaria. Desde que había entrado en el establo, toda su atención se había concentrado en la yegua. Él estaba allí solo para responder a preguntas que ella le lanzaba bruscamente mientras examinaba al animal.


–¿Cuánto tiempo hace que la has encontrado? ¿Estaba ya alterada? ¿Ha tenido otros partos antes?


–Sí, y sin problemas. Seguro que es por la posición del potrillo. No puedo arreglarlo.


Ella se retiró la bata, metió el brazo en el barreño de agua jabonosa y lo miró. No confiaba en él. ¿Por qué iba a hacerlo? La yegua estaba totalmente angustiada y no dejaba de moverse, de rodar, de tumbarse, de levantarse. Alex se movía con ella mientras la examinaba, sin ponerse en peligro, pero sí haciendo rápido lo que tenía que hacer.


–Después de una hora de parto, no hay forma de que lo saquemos de manera natural viendo la postura en la que está y es demasiado peligroso intentar moverlo. La alternativa es una cesárea, pero necesito ayuda e instrumental.


–Tengo instrumental y puedo ayudar –dijo firmemente, aunque a la vez pensaba: «¿Tengo suficiente? ¿Y hacer una cesárea? ¿Aquí?».


Ya lo sabía. Necesitaban equipo de cirugía, un lugar esterilizado, instrumental y medicamentos. Solo la idea de mover a esa yegua y sujetarla le parecía imposible. Si tuviera al lado a un joven fuerte... Pero tenía a una pequeña rubia con una monísima bata que, por cierto, no parecía consciente de que no era nada apropiada para esa labor que tenía entre manos. Estaba comprobando la luz de arriba.


–¿Eres aprensivo?


¿Quién? ¿Él?


–No –respondió con brusquedad.


–Necesitaría cuerdas y más agua. Y también una buena luz y mantas calientes. Trae un radiador, lo que sea. ¿De qué clase de equipo estás hablando?


–Espero que tengamos todo lo que necesitas –le dijo y la condujo hasta el almacén de la parte trasera del establo.


El veterinario de Wombat Siding había equipado el almacén. Con cien caballos, el veterinario solía estar mucho por allí, así que había instalado su base de operaciones. A Alex se le iluminaron los ojos al ver todo aquello y no vaciló.


–Es suficiente. Con este equipo podríamos hacerlo. Como verás, mi intención es salvar a la yegua. Sabes que las probabilidades de supervivencia del potrillo bajo estas circunstancias son de apenas un diez por ciento.


–Lo sé.


–¿No te desmayarás?


–No.


–He visto a vaqueros más duros que tú desmayarse, pero si te desmayas, tu yegua muere. Tan sencillo como eso. No puedo hacerlo sola.


–Estaré contigo a cada momento.


Paula lo miró fijamente antes de asentir, como si él hubiera aprobado un examen al que no se había sometido.


–Bien. Hagámoslo.


Fue complicado, fue arriesgado. Pero ella tenía habilidades. Le susurró a la yegua, le administró la anestesia. La ayudó. Juntos, la cambiaron de postura y él se quedó asombrado con la fuerza de Paula, que no pareció ni inmutarse por el esfuerzo que requirió el movimiento. Con la yegua inconsciente, ella le colocó un gotero. La habían amarrado y le dijo a Pedro que supervisara el ventilador que administraba el oxígeno además del gotero que le administraba electrolitos y suero. Le dió unas instrucciones concisas que él siguió.

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