lunes, 19 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 23

La noche era cálida y tranquila. Los caballos estaban en su cuadra totalmente calmados. Daisy alzó la mirada cuando lo vió acercarse y relinchó con suavidad, aunque no se movió. A su lado tenía a su potrilla. Parecía que en su mundo todo estaba correcto. Y Pedro se sintió reconfortado al pensar que al menos tenía a sus caballos. Recordó lo impactado que se había quedado al volver allí, cuando se había dado cuenta de lo mucho que le había robado Adrián. Su abuelo había odiado a Pedro y cuando se había llevado a Candela de allí le había dicho que no quería saber nada de él nunca más. Aun así, en todo el tiempo que había pasado en la ciudad, Pedro no había dejado de pensar en los caballos y, en los peores momentos que había pasado con Candela, siempre había sabido que los caballos seguían ahí y eso le había reconfortado. Mientras, Adrián había estado robándoles sus fondos de todas las formas imaginables. Después de que muriera su abuelo, cuando no había dejado un testamento mediante el cual Pedro heredara por derecho, Adrián le había dicho que estaba pagando a mozos para mantener la granja, pero no era así. Le había dicho que estaba manteniendo la propiedad, pero no era así. Lo único que había mantenido era el cuidado de los caballos; había seguido criando y vendiendo los grandes caballos Werrara. Lo había hecho porque sabía que si les hubiera hecho daño a los caballos, Pedro habría ido tras él con una pistola. ¿Melodramático? Tal vez no. Pensó en Adrián y volvió a invadirlo la misma rabia que había sentido al cruzar las puertas de la granja y ver lo que quedaba de ella. Pensó en su esposa el día en que se había ido. Con otra mujer. Ese hombre era un absoluto fraude. Brenda se había quedado hecha polvo, él había hecho lo que había podido por ayudarla, pero... Pero esa expresión juiciosa de la mirada de Paula decía que no había sido suficiente. La esposa y la familia de Adrián no eran asunto suyo. Estaba dejándola vivir en su propiedad sin pagar al alquiler. ¿Qué más podía hacer? Sin embargo, aquel día se había quedado impactado al ver a Nicolás. ¿Por qué estaba tan hambriento? Y la mirada juiciosa de Paula... Sí, tendría que ir a ver cómo estaban y darles algo de dinero, hacer que desapareciera ese problema.


–Nicolás te idolatra –le dijo Paula y él se quedó paralizado. No se había esperado que lo siguiera. ¿Qué estaba haciendo esa mujer, actuando como si fuera su conciencia? Él no necesitaba una alegre veterinaria de Manhattan que le dijera qué hacer–. Ha estado observándote con los caballos y cree que eres genial.


–Nicolás no tiene nada que ver conmigo.


–He oído que Australia tiene un gran sistema de asistencia social, me pregunto qué problema habrá.


–Lo solucionaré –respondió con más furia de la que pretendía–. No pueden quedarse aquí si ella no es capaz de mantenerlos. Lo organizaré todo para que vuelvan a la ciudad.


–Eso ayudará. Así te quitarás el problema de en medio.


–No les cobro el alquiler. ¿Qué más tengo que hacer?


–No lo sé. Para empezar, podrías hablar con ellos y averiguar qué está pasando.


–Lo haré por la mañana.


–Con tu buen humor habitual, acabarás ofreciéndoles camiones de mudanza.


–Esto no es asunto tuyo.


–El chico se muere de hambre. Claro que es asunto mío.


Pedro se pasó la mano por el pelo. Tenía razón. ¿Se pasaría seis meses teniendo razón? ¿Siendo una jovial conciencia que le decía que se implicara? Y estaba funcionando. Debería haberse implicado. Sabía que Brenda estaba sola, sabía que era una madre sin recursos con un marido que le había robado todo. Sabía que necesitaba ayuda. Apretó los puños. Eso era lo último que necesitaba. No necesitaba que nadie dependiera de él.


–Solo iremos a echar un vistazo –dijo Paula alegremente–. Nunca se sabe, puede que sea algo sencillo, como que se le hubiera estropeado el coche y no pudiera ir a comprar. Yo le arreglo el coche mientras tú la llevas a comprar.


–Paula...

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