viernes, 16 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 20

 –Sabe que no me gusta que estés por aquí.


–Pero puedo ayudar –contestó Nicolás agarrando otro sándwich–. Con los caballos. Quiero hacerlo.


Y de nuevo, Paula se le adelantó con la respuesta.


–A lo mejor puedes –dijo viendo cómo atacaba el sándwich como si llevara días sin comer–. Anoche tuvimos una potrilla. ¿Quieres verla? Voy a ir a llevar a su madre a dar un paseo tranquilo por el cercado. ¿Te gustaría ayudarme antes de irte a casa?


–Sí –respondió Nicolás, aunque mirando a Pedro con nerviosismo.


–Pues vamos –le contestó Paula mirando también a Pedor–. Supongo que no te importa que la saque un rato. Es lo que recomiendan los veterinarios.


–Nicolás debería estar en el colegio.


–Es sábado –apuntó Nicolás como si Pedro fuera tonto.


Lo cual resumía bastante cómo se estaba sintiendo. Como un tonto, como si hubiera perdido el control.


–Se irá en un par de horas –dijo Paula como si pudiera leerle el pensamiento–. Aunque de mí no te libras. Vamos, Nicolás, vamos a trabajar un poco.


–Tus manos...


–Iré a lavármelas primero. Nicolás puede ayudarme.


–Preferiría ayudar a Pedro –dijo Nicolás y Pedro pensó que ese era justamente el problema. 


Brenda era un desastre, aunque no podía hacer más teniendo que ocuparse también de sus hijas de cuatro y dos años. Nicolás necesitaba más atención. Sin embargo, Pedro no podía pasar por ahí también. Había ayudado a Brenda económicamente, le dejaba quedarse en su casa, pero ahí terminaba todo.


–Ayuda a Paula si quieres, haz lo que quieras con tal de que me dejes tranquilo.


Mujeres... niños... No quería nada de ellos.




Sacó a Daisy del establo. La potrilla se tambaleaba detrás de su madre con un sonriente Nicolás a su lado, como un tío orgulloso. Avanzaban a paso de tortuga. Si hubiera sido por Paula, habría dejado a Daisy inmovilizada durante cuatro semanas porque la presión de sus puntos era enorme, pero la potrilla tenía que saber lo que era pastar y correr. Su trabajo era mantener a Daisy a salvo mientras la potrilla aprendía a ser una potrilla. En el cercado, la yegua alzó su bonito y aterciopelado morro hacia el sol, como si quisiera empaparse de cada rayo de luz.


–¿Vas a soltarla? –le preguntó Nicolás.


–No. Tiene puntos por todo el vientre y no puede tensar esa zona –vaciló al ver la expresión de añoranza del niño y pensó en aquella vez en la que su padre la había llevado al rancho de un amigo.


Tenía aproximadamente la misma edad que Nicolás y solo poder acariciar a los caballos, estar cerca de ellos... Conocía ese sentimiento de anhelo y ahora lo estaba viendo reflejado en el niño.


–¿Te gustaría sujetarla? Tienes que mantenerla muy quieta.


–Sí –contestó Nicolás emocionado y agarró la brida como si estuviera guardando unos diamantes–. Pero él no me deja.


–¿Él?


–Pedro. Mi padre solía dejarme ayudarlo, pero ahora se ha ido y Pedro dice que no debería venir más por aquí –lo dijo con un tono que parecía que estuviera anunciando el fin del mundo–. Brenda dice que no me extrañe, que papá nos robó a nosotros y también robó a él. Dice que es increíble que nos deje vivir aquí y que le deje tranquilo. Pero yo solía montar a Pegaso. Es viejo y es genial, pero lo ha metido en el cercado de atrás y lo echo muchísimo de menos.


Paula sintió lástima por lo apenado que parecía el chico y se preguntó qué habría hecho para que Pedro le prohibiera estar junto al caballo al que, claramente, tanto quería.

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