miércoles, 14 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 13

Si esa noche terminaba con la yegua y la potrilla vivas... No podría describir la sensación. Pero aún no era algo seguro. Paula estaba colocando una intravenosa y después utilizó más mantas para secar a la potrilla, cuyo cuerpo seguía lánguido. Los potrillos no sobrevivían a los partos prematuros, y rara vez sobrevivían a las cesáreas. Para que todo saliera bien... Por favor... Daisy se movió bajo sus manos, gimoteó y alzó la cabeza.


–Hey –él le puso la mano sobre la cabeza, como solía hacer de niño, como su abuelo le había enseñado. Su abuelo, un borracho cruel y despiadado con todo y con todos excepto con sus caballos, al que Pedro había observado y del que había aprendido y adquirido ciertas habilidades–. No tienes por qué levantarte –le susurró–. Tu bebé está en buenas manos.


Y lo estaba. En ese momento en Paula no quedaba nada de la princesa de Manhattan; parecía tener una paciencia infinita con el animal. Pedro susurró a su yegua, miró a su potrilla y observó a esa mujer que se había transformado ante sus ojos. Por fin, la potrilla intentó moverse y empezó a buscar sus patas. Paula la ayudó a ponerse en pie y él se sintió... Se sintió... Como no debería sentirse un ranchero. ¡Él no se dejaba llevar por las emociones! La potrilla relinchó y la yegua respondió e intentó moverse también. Inmediatamente, ella volvió a su lado. Daisy intentó levantarse, tan inestable y temblorosa como su cría, pero finalmente con la ayuda de los dos se puso en pie. Se giró y olfateó a su hija. La potrilla relinchó en respuesta y comenzó a acurrucarse bajo ella. Paula no dejaba de sonreír mientras guiaba a la cría hacia la ubre de su madre y se apartaba.


–Creo que hemos ganado –susurró y, aunque Pedro tal vez estaba conteniendo las emociones, ella no se molestó en hacerlo. Las lágrimas le caían por las mejillas y él sintió unas ganas casi irresistibles de secárselas.


La observaba, observó a la potrilla y las sensaciones que lo invadieron fueron indescriptibles. La necesidad de abrazar a esa mujer, de alzarla en brazos y darle vueltas para celebrar su triunfo, de compartir ese increíble sentimiento con ella... Pero tenía que contenerlo, aunque nunca nada le había costado más. Así que ella misma se secó las lágrimas con la manga de su bata, sonrió y empezó a apartar la paja sucia. En definitiva, actuando con sensatez. Siendo más sensata que él.


–Necesitará estar tranquila unas semanas –dijo intentando sonar más brusca que emocionada, aunque no lo logró–. Esto no es como una cesárea en humanas, tiene las entrañas presionadas por los puntos. La potrilla, en cambio, necesitará ejercicio. Es imperativo permitirle correr y retozar, así que habrá que sacar a pasear de la mano a la yegua cada día mientras que dejamos que su bebé corra.


Había empezado a guardar sus cosas en el maletín.


–Eso supone más trabajo para tí –añadió aún brusca y sin mirarlo–. Mucho trabajo extra. Puede que tengas que plantearte encontrar ayuda extra ya que a mí me has despedido.


Tal vez no estaba mirándolo, pero él sí que estaba mirándola a ella, con su bata llena de sangre y el pelo suelto, cada mechón por su lado. Jamás había visto nada tan precioso en su vida, y esa era la clase de cosa en la que tenía que dejar de pensar si quería ofrecerle un trabajo. Porque iba a ofrecerle un trabajo. No tenía elección. La había tratado de un modo espantoso y ella le había respondido salvando a su yegua y a su potrilla.


–El desagüe del baño de dentro se atascó la semana pasada. Puedo hacer que un fontanero venga esta misma mañana, aunque tenga que pagar más. Deberíamos tener un cuarto de baño operativo para cuando llegue la tarde. Por el momento... La caldera del cuarto de la colada está llena de agua caliente. Puedo llevar agua a la bañera para que puedas lavarte.


Ella se quedó quieta, mirándolo.


–¿Agua caliente? –susurró como si estuviera ofreciéndole el Santo Grial.


–Sí.


–¿Estás ofreciéndome un baño?

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