lunes, 19 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 24

 –Si no querías que me involucrara, no deberías haberme dejado sola con Nicolás. Es un gran chico. El mejor. Y está desesperado por recibir ayuda. Hagas lo que hagas, yo pienso dársela. ¿Iremos por la mañana? –lo miró y le sostuvo la mirada–. Es domingo. Día de descanso. Puedo trabajar si quieres, pero entonces te pediré algún día libre a cambio durante el resto de la semana. Además, si trabajo después de haberme lesionado en el trabajo...


–Has estado leyendo...


–Mi contrato laboral. Era un viaje de avión muy largo –le sonrió–, jefe.


«Jefe».


Le había enviado el contrato laboral estándar que utilizaba en su empresa de Tecnología. Ella estaba contratada para cuarenta horas semanales, lo cual significaba que durante cuarenta horas a la semana él estaba al mando. El resto del tiempo, Paula estaría viviendo con él, pero era libre de hacer lo que le apeteciera. Como entrometerse en su vida. Otra vez se estaba poniendo melodramático. Ella quería ir a ver cómo estaba un niño que había conocido. Pues bien, podía acompañarlo. Al fin y al cabo, solo querría lo mejor para el chico. Como él, siempre que no tuviera que implicarse mucho. «Nicolás te idolatra». Lo sabía. Podía verlo, pero no quería que fuera así. Ya se había preocupado demasiado por los demás y no le había servido de nada.


–Me voy a la cama –dijo Paula sin dejar de mirarlo–. ¿A qué hora nos vamos mañana?


–A las diez –le respondió porque no había elección.


–Genial –acarició a la potrilla–. De acuerdo, entonces todo solucionado. Despiértame si me necesitas.


–No te necesitaré.


–Creía que para eso me habías contratado, pero tú mismo –se levantó y le sonrió–. No seas tan gruñón. No te pega. Buenas noches.


Y con eso se marchó cerrando tras ella la puerta del establo.




Se levantó al alba y él ya estaba en el establo cuando la vió salir de la casa. Llevaba unos vaqueros, una camiseta y unas botas de montar y su melena ondulada recogida en una coleta tirante. Iba silbando según se dirigía al riachuelo y Jack sintió unas ganas irresistibles de seguirla, de pasear con ella y mostrarle la propiedad; de llevarla a conocer los caballos de los cercados de arriba. Pero no lo hizo. Estaba limpiando y preparando las cuadras, ya que Daisy había sido la primera de las varias yeguas que parirían en las siguientes semanas y tenía que tener la enfermería preparada. Tendría a Paula a su lado en los partos y la idea le resultaba tanto buena como mala. Tener un veterinario a su disposición era genial, tener una alegre y rubia conciencia no lo era tanto. Esperaba que diera un largo paseo, esperaba que le diera algo de espacio esa mañana, pero, por otro lado, le fastidiaba que eso llegara a pasar. Paula volvió media hora antes de la hora prevista para ir a visitar a Brenda y subió por el riachuelo, algo sonrojada y con hierba en el pelo. Él salió del establo y al verla algo se removió en su interior. Estaba allí en su casa y parecía como si ese fuera su sitio. Ella lo vió.


–¡Es magia! –le gritó–. Es total y maravillosamente mágico. Me habría quedado aquí incluso aunque no hubieras arreglado el cuarto de baño.


–Mentirosa.


Ella sonrió.


–Sí, bueno, a lo mejor no me habría quedado. Oh, pero, Pedro, ¡Es fabuloso! Y los caballos... Necesito que me los enseñes. Les he dado los buenos días a todos, pero es un poco difícil cuando no te sabes los nombres.


–Te los aprenderás enseguida –refunfuñó mientras pensaba «seis meses, seis meses viéndola así...».


–¿Te has levantado con el pie izquierdo otra vez? –le preguntó y él se asombró. ¿Tan obvio era?


–Siempre estoy de mal humor –¿Por qué no decir las cosas tal como eran?


–Bueno, lo ignoraré. Mi padre dice que le vuelvo loco cuando silbo por las mañanas, pero nunca me ha dicho que pare. ¿Podemos ir ya a casa de Nicolás?

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