miércoles, 14 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 12

Ella mandaba. No había elección. Si no estaba allí, él perdería a la yegua. Tan sencillo como eso. Era veterinaria, pero llevaba una bata rosa y se había recogido el pelo con un trozo de rama de heno. ¡No debería tener un aspecto tan profesional! Estaba trasquilando el pelo del abdomen de la yegua con rapidez y seguridad, y después, a gran velocidad, esterilizó la zona, comprobó el instrumental y lo miró, como buscando apoyo.


–¿Listo?


–Listo –respondió él preguntándose si, de verdad, lo estaba. Tenía que estarlo.


Asombrado, vió cómo practicaba una incisión en el centro del abdomen antes de hacer otra en el útero para dar acceso al potrillo.


–Reza –le dijo ella mientras tiraba de una diminuta pezuña y después de otra.


Era una yegua grande, pero el potrillo era pequeño, aunque comparado con esa mujer que tenía que sacarlo de ahí... Hizo ademán de ayudarla.


–Tú ocúpate del oxígeno y déjame esto a mí. Primero la yegua y después el potrillo.


Lo comprendía. Las cesáreas de emergencia en caballos raramente terminaban con el potrillo vivo. Sobre todo se trataba de salvar la vida de la yegua. Si la entrada de aire que él estaba monitorizando se bloqueaba, perderían a la yegua, así que lo único que podía hacer era mirar mientras ella sacaba a la cría. Paula se tambaleó ligeramente por el peso del animal, pero él sabía bien que no debía ofrecerle su ayuda. Al instante, recuperó el equilibrio y lo llevó al lecho de heno donde Pedro había colocado las mantas hacia las que había dirigido el calor de un radiador para que estuvieran calientes. Por si acaso... Y era probable que ese caso se diera... Siguió haciendo lo que estaba haciendo mientras le quedaba tiempo para verla limpiándole la nariz, insertar el tubo endotraqueal que él no se había dado cuenta que había preparado, activó el paso del oxígeno, y volvió rápidamente junto a la yegua. Todo ello en cuestión de segundos porque Alex no podía dejar sola a la yegua más rato. El potrillo estaba totalmente lánguido, pero aun así...


–Hay una posibilidad –dijo ella. Nadie podía haber hecho más por la cría.


Tenía que coser la herida rápidamente y él tenía que quedarse donde estaba, junto a la yegua, manteniendo libre el paso del aire. Miró al potrillo por el rabillo del ojo y pudo ver un leve movimiento. Pero la yegua también se movió, fue un temblor involuntario e inconsciente.


–Vigílala –le ordenó Paula–. ¿Es que quieres perderlos a los dos?


No. Y así, volvió a centrarse en lo que estaba haciendo, asegurándose de que se encontraba estable, de que estaba viva. Paula siguió suturando y él se quedó asombrado. Recordó lo de las salchichas, lo del retrete exterior y se sintió... Estúpido. ¡Y cruel! Esa mujer había recorrido medio mundo para poder tener una oportunidad de hacer lo que estaba haciendo de un modo brillante y él, a cambio, le había preparado un huevo escalfado de muy mala gana. Pero ahora no había tiempo para pensar en eso. Con la herida cerrada, Paula soltó las cuerdas y él la ayudó a echar heno fresco bajo el costado de la yegua antes de tenderla de costado. El potrillo...


–Vigílala –repitió, con más suavidad esa vez, y lo dejó con la yegua antes de volver con el potrillo–. Aún no lo hemos perdido –dijo con una voz marcada por la sorpresa y el asombro–. La, mejor dicho – se corrigió sin poder ocultar la emoción que sentía–. Vamos a asegurarnos de que ésta no tenga su certificado de nacimiento equivocado. Era una potra. 

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