miércoles, 28 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 36

A Paulo Chaves ya la habían besado antes, claro que sí. Era guapa y rubia y su familia era conocidísima en Manhattan. Desde que podía recordar, la habían catalogado como una novia deseable y había disfrutado siéndolo. Había tenido novios muy monos, nada serio, porque no le iban las relaciones serias, pero sí que había besado mucho... O eso creía. Pero ese no era un beso como los que habían existido en el antiguo mundo de Paulo Chaves. Era algo distinto. ¿Qué pasaba con ese tipo? Tenía algo... Algo indescriptible. Desde el momento en que su boca tocó la suya, la calidez, la fuerza, la pura masculinidad de ese hombre se había grabado en su cuerpo y se sentía como si estuviera ardiendo. No había querido besarla, lo sabía, porque no había sido solo idea de él. Ella sabía cómo hacer que un hombre la besara y lo había mirado, le había agarrado la mano y lo había deseado. Si besaba espantosamente, ella sería la única culpable, pero nada más lejos de la realidad. Sintió sus labios fundiéndose en los de él, sintió un extraño zumbido en su cabeza, sintió sus propios brazos rodeando su fuerte cuerpo y sintió... o tal vez no debería haberlo sentido. Pero no parecía tener mucha elección. Él estaba saqueando su boca, exigiendo una respuesta. Le había tomado la cara entre las manos, con ternura y firmeza a la vez, y la sensación fue tan intensa que pudo haberla hecho llorar. Se sentía bella, deseada... ¿Amada? ¿Amada? Qué palabra tan estúpida. Tal vez había pedido ese beso. Si funcionaba, habría servido como un modo de hacer que ese hombre supiera que era humano. Besar era un juego que se le daba bien. No era nada más. Pero eso... eso era mucho más. Eso era... Pedro. ¡Oh, sentirlo! ¡Saborearlo! Esa fuerza pura y masculina del hombre al que abrazaba. Se aferró a él y lo besó y se dejó besar y, mientras, se sintió cambiar, transformar, pasar de una tonta niña que intentaba humanizar a ese hombre a una mujer que lo deseaba.


–No –Pedro pronunció esa palabra como si hacerlo le hubiera producido un dolor físico. Esas tiernas manos estaban apartándola con una fuerza que no creía posible y por todo ello podría haber llorado.


–¿N... no?


Y fue no. Estaba sujetándola por los brazos y mirándola como si fuera una extraterrestre, como si no la reconociera.


–No quiero esto.


–Yo creía que tampoco lo quería –le susurró tocándose la boca, que estaba inflamada, encendida. Muy encendida–. A lo mejor, a lo mejor me equivocaba.


–Tenemos que vivir juntos seis meses y eso no va a pasar si no podemos quitarnos las manos de encima.


–No lo sé –respondió ella intentando hablar con indiferencia, intentando encontrar la fuerza para sacar un chiste de una situación que no era nada graciosa–. Eso significaría que solo tendríamos que reformar un dormitorio.


Él resopló y la miró como si de pronto le hubieran crecido dos cabezas. Estaba claro que pensaba que era una alienígena.


–No quiero...


–Claro que no –dijo Paula orgullosa de haber hecho que su voz sonara casi educada. Casi indiferente–. Y yo tampoco. Pero soy una chica realista y práctica y, ¿Sabías que en mi cuarto hay goteras? Pero claro, un día en el tejado es menos complicado que compartir tu habitación. Bueno, ¿Nos ponemos con nuestras tareas nocturnas? Tú vas a comprobar cómo va todo en el cercado trasero y yo voy a ver a Daisy. Por cierto, tienes que decidir si quieres madera de eucalipto para los postes de tu porche o si quieres algo más barato como el pino tratado. Ah, y he comprado comida china, solo hay que calentarla. ¡Yupi, nada de salchichas! Bueno, ¿Alguna otra instrucción..., jefe?

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