miércoles, 21 de julio de 2021

Duro De Amar: Capítulo 27

Rocky era joven y tozudo y por eso se había esperado que a ella le costara un poco hacerse con él, pero lo había hecho desde el primer segundo. La vió hablando con el animal, inclinándose para que pudiera oírla y pensó «Susurra a los caballos». Esa habilidad para comunicarse, para calmar a caballos díscolos y hacer que aceptaran encantados que ella tenía el control, era una habilidad que también había poseído su abuelo y era la única cosa que Jack había admirado en ese hombre brutal. Durante un tiempo le había parecido que él también la tenía, pero tantos años alejado de la granja habían cegado sus aptitudes y su instinto. Lo recuperaría, pero mientras tanto... Mientras tanto tenía a esa mujer que podía hacer lo que fuera con esos animales. Había dejado que Rocky se moviera a medio galope y, antes de que Pedro se diera cuenta, le indicó al caballo que marchara al galope y entonces, al instante, chica y caballo parecían estar volando, a cada cual más bello. Se acercaban a la valla este. «Despacio», le dijo entre susurros, pero en lugar de detenerse, ella rozó con su pie el flanco de Rocky para guiarlo y hacer una curva. El problema era que Rocky no trazaba curvas, se giraba bruscamente, sin más. Y así, al instante, Paula estuvo tendida en la suave hierba y mirando al cielo. La había advertido. No debería haberla dejado montar. No debería... Si estaba herida... Pero en cuanto desmontó y fue hacia ella, Paula se echó a reír a carcajadas y su risa recorrió el valle derritiéndolo a él por dentro.


–Sí, ya, me habías advertido, pero ¿No es maravilloso? –cuando le tendió una mano para que la ayudara a levantarse, seguía riéndose.


Una vez de pie, frente a él y aún con las manos unidas, Paula lo miró y él sintió algo que nunca antes había sentido. La veía preciosa, pura y sencilla. Era... No, no era belleza, era... «Peligro. ¡Apártate!». Sin embargo, aún seguía dándole la mano.


–Supongo que una señal con las riendas es para los giros y los talones significan trabajo con el ganado.


–Lo tienes –le costó hablar.


–Enséñame.


–Rocky te enseñará.


–Sus métodos resultan dolorosos –se echó atrás un poco, pero él vió algo en su expresión, algo que parecía indicar que estaba sintiendo lo mismo que sentía él.


Le soltó la mano y fue como si hubiera perdido algo. Ella lo miró y se giró para ver a Rocky reuniéndose con el resto de los caballos. Aunque se hubiera hecho daño, era una amazona. El suelo estaba más blando después de la lluvia y sabía cómo caer.


–Tengo que releer el contrato. ¿Me sigue cubriendo el seguro si me caigo de culo un domingo?


La tensión se esfumó y él sonrió. «Es maravillosa». Pero ¿en qué estaba pensando? No podía ir por ese camino. Había sido un momento de debilidad, nada más.


–Ahora tengo que volver a por él.


–Gracias –le susurró, pero él ya no estaba escuchándola, estaba girándose para ir a recuperar a su caballo.



Nicolás estaba sentado en el escalón del porche cuando llegaron a casa de Brenda. Su pelo rojizo estaba un poco largo, un poco rizado. La ropa le quedaba demasiado pequeña y sus pies descalzos se veían mugrientos. Se le encendió la mirada al verlos y su sonrisa iluminó su pecoso rostro. Pedro se sintió culpable, y eso era exactamente lo que no quería sentir. Ya había tenido demasiados sentimientos de culpabilidad para toda una vida. Lo mejor sería solucionar ese problema y seguir adelante.


–¿Está Brenda en casa? –preguntó y Paula lo miró sorprendida.


Había sido una pregunta concisa. Demasiado concisa.


–¿Quieres subirte al caballo de Pedro mientras él habla con Brenda? –le preguntó Paula lanzándole una mirada desafiante–. Pero solo si me dejas sujetar las riendas.


Antes de que Pedro pudiera desmontar, Nicolás ya había bajado del porche. Al instante, y después de mirar el rostro de desesperación del niño, se estremeció y lo levantó para sentarlo en la silla de montar.

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