lunes, 28 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 55

Hasta el momento, todo iba bien. Hacía mucho que no la veía tan contenta, tan satisfecha y tan centrada. Sí, mucho tiempo. Ese domingo era su primer día entero libre en dieciocho meses. No se había dado cuenta hasta el día anterior, cuando Sebastián le despidió y le dijo que se tomara el resto del fin de semana libre, para variar. ¿Era eso por lo que al salir a la terraza del ático del Alfonso Richmond al levantarse solo se le había ocurrido una persona con quien quería pasar ese día? La tarde anterior había hablado con Paula con una franqueza que le había sorprendido tanto como a ella. Casi nunca hablaba de su pasado con personas que acababa de conocer. Pero con Paula era distinto, quería que ella supiera cómo había sido su adolescencia, cómo había sido él años atrás. La opinión de Paula era importante para él. Era la mejor amiga de Sofía y, por medio de esta, ya que iba a casarse con Sebastián, se iba a enterar de las cosas que a ambos hermanos les había pasado en la vida. Sí, no era una mala justificación, pero sabía que no era ese el motivo de haberse abierto tanto con ella. Su mente evocó la imagen del rostro de Paula. ¿Qué tenía de malo que su vulnerabilidad, su belleza y su valor le hubieran llegado al alma?


Pedro, casi sin darse cuenta, había llegado al café y pastelería de Paula. De la puerta colgaba un letrero que decía: Cerrado. ¿Ella cerraba el negocio los domingos? Lo sorprendió. Sobre todo, teniendo en cuenta que la calle estaba llena de gente desesperada por un café y un pastel.  Además, ¿no había dicho que tenía que preparar una tarta para una ocasión especial? Con una mano de visera, escrutó el interior del café y vió que había luz en la zona de cocina, así que alguien había. Llamó al timbre. Ninguna respuesta. No la había llamado  de antemano ni se habían citado de fijo. Se sacó el móvil del bolsillo, la buscó en su larga lista de contactos y presionó la tecla. Unos segundos después, una voz quebrada y adormilada le respondió:


–Sí, hola.


–Buenos días, Paula, espero no haberte despertado. Estoy aquí, delante de la puerta del café. ¿Me vas a abrir?


–¿Pedro? Ah, sí, claro –oyó inhalar sonoramente–. ¡Oh, no, no puedo creerlo! ¡Qué estupidez!


Después, oyó el ruido del teléfono al caer y golpearse contra algo sólido. ¿Qué estupidez? ¿Se refería a que él hubiera ido allí? Pedro se guardó el teléfono. Había sido una mala idea. Había llegado el momento de darse la vuelta y regresar a la civilización. Frustrado, estaba a punto de marcharse cuando oyó el ruido de una llave introduciéndose en la cerradura. Al cabo de unos instantes, la vió asomando la cabeza por la ranura. Bueno, creía que era Paula. Esos deslumbrantes ojos verdes estaban entrecerrados y parecían casi grises. Llevaba el pelo recogido con una cinta, estaba muy pálida y sus mejillas enrojecidas hacían juego con los lunares rojos del pijama que llevaba debajo del delantal.


–¿Pedro?


–Sí, aquí estoy. Aunque no sé por qué sigo aquí después de decir que haber venido es una estupidez.


Paula parpadeó, cerró los ojos, volvió a abrirlos, hizo una mueca y volvió a cerrarlos.

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