viernes, 18 de junio de 2021

El Sabor Del Amor: Capítulo 34

 –¿Siempre ha sido esto un estudio de fotografía?


–Por lo que yo sé, no. Nada más comprar esta propiedad, Paula transformó el desván en estudio. Está muy bien, ¿Verdad? Y ahora, si me perdonas, voy a seguir con lo que estaba haciendo antes de que la tarta se reseque. Hasta luego.


Un rápido examen del desván mostró que Paula tenía libros de cocina y del mundo de las finanzas, todos compartiendo espacio con telarañas y polvo. Al fondo, al otro lado de los ventanales, había una zona separada por un biombo. No pudo resistir asomarse a ver qué había detrás. Una cama de matrimonio de la época victoriana con cabecero de madera contra la pared. Las sábanas era de satén color lila y encima había un edredón de aspecto suave. Un edredón de plumas. Interesante. ¿Quién dormía en una cama tan grande? Estaba a punto de acercarse a investigar cuando oyó una tos a sus espaldas.


–¿Has encontrado lo que buscabas, entrometido?


–Me resulta imposible contener mi innata curiosidad. En fin, al parecer he descubierto tu refugio secreto. No está mal. No, nada mal.


–No es que no esté mal, está muy bien. Duermo aquí, en el estudio, durante seis mese al año, los meses de más calor. Me gusta despertarme por las mañanas aquí.


–¿Y el resto del año?


Paula dió la vuelta al biombo e indicó la terraza en la que Ana estaba acabando de desayunar.


–Cuando era ejecutiva, con la primera bonificación de Navidad me compré un apartamento con vistas al Támesis en el distrito financiero de Londres. Se lo he alquilado a una de mis antiguas compañeras de trabajo –Paula suspiró–. ¿Sabes cuántos restaurantes y cafés tienen que cerrar antes de un año de su inauguración? En fin, yo ya llevo con este café ocho meses y, hasta el momento, me va bien. Sin embargo, ¿Quién sabe? La situación podría cambiar. La gente cambia.


Paula hizo una breve pausa y preguntó:


–¿Cómo te has dado cuenta de que esta habitación es mía?


Pedro señaló unas bolsas y la ropa colgando de dos barras metálicas al otro lado del biombo.


–Sofía no lleva ropa de diseño.


–Podría haber llevado mi ropa a un guardarropa, pero prefiero tenerla a mano por si acaso. Una chica tiene que estar preparada por si se da la ocasión.


–¿Es esto lo que te vas a poner el sábado por la tarde? –Pedro agarró una camisola de satén color café con adornos de encaje, arqueó las cejas y soltó la prenda–. Lo digo porque no sé si el Alfonso Richmond está preparado para tanta tentación.


–Por favor, no toques mis cosas. Y mi vestido va a ser una sorpresa, así que deja de fisgonear.


–De acuerdo. Bueno, dime, ¿A qué hora quieres que venga a recogerte?


–No te molestes, nos encontraremos allí.


–Señorita Chaves, no es posible que le asuste despertar rumores si aparecemos juntos, ¿Verdad?


–No, en absoluto. Lo que pasa es que tengo que ir con bastante antelación para ayudar a preparar las cosas. Nada más.


–Ah, ¿Es solo eso? ¿O es que los principios te impiden salir con cocineros?


–¿Salir? No, claro que no hay nada que me impida salir con cocineros. Todo lo contrario. Llevo tres años esforzándome por convertirme en cocinera –Paula clavó los ojos en el pecho de él y, despacio, fue subiendo la mirada hasta su rostro–. Pero no salgo con cocineros arrogantes con egos del tamaño de su fama.


–Eres muy dura. Podrías decir lo mismo de cualquier persona que se ha ganado el éxito que tiene a base de mucho trabajo y mucho sudor. Y la publicidad no es algo intrínsecamente mal; sobre todo, teniendo en cuenta que cada semana cierran algún restaurante. A los periodistas les seguiré interesando mientras les dé algo de que hablar. Es parte del trabajo.


–Perfecto. Tú podrás posar para los fotógrafos en la fiesta del sábado mientras el resto de los mortales trabajamos en el anonimato y nos aseguramos de que todo funcione. Ganamos todos. Estoy deseando que llegue el sábado. Promete ser una tarde muy interesante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario